Seis años atrás escribí este artículo, el cual actualizo en sus reflexiones finales:
Si un extranjero desea conocer la idiosincrasia del dominicano sólo tiene que analizar las isletas de sus avenidas. Olvidémonos de los argumentos estéticos y ambientalistas que acaparan la opinión pública, la historia de las isletas es digna de estudios antropológicos. Con el crecimiento económico, llegaron las avenidas, y en estas sus isletas, cumpliendo la doble función de ordenamiento del tránsito y de carácter estético. En estos años varias oleadas han definido las estrategias para su ordenamiento.
La primera, la siembra de árboles nobles y adaptados a su entorno, de crecimiento lento, pero de gran belleza. Aquí primaba la visión de largo plazo, siendo un ejemplo las caobas de la Churchill o las palmas del Malecón.
Esta visión fue perdiendo terreno en la medida que aumentó la descentralización y la competencia política, buscando resultados inmediatos para lucir a la población. Las caobas fueron sustituidas por árboles de crecimiento rápido, como las acacias y javillas, pero a costa de que sus raíces afecten aceras y calles, y sus ramas se quiebren con facilidad. El corto plazo empezaba a ganar terreno.
La tercera ola vino con las limitaciones presupuestarias, fruto del gran crecimiento urbano. Con la escasez de recursos lo preferible era que otros se encarguen del mantenimiento, entrando en boga su apadrinamiento. Aquí se desarrolló otra vertiente del compadrazgo, con una acogida inmediata.
De la noche a la mañana, las isletas pasaron a ser bellas extensiones de jardines, claro está, nadie se puso de acuerdo, y todos iniciaron sus pequeños proyectos individuales. La avenida Lincoln fue el mejor ejemplo de este popurrí. En un breve estrecho de calle contábamos con más de diez estilos diferentes de plantaciones. Es obvio que las inversiones se protegen, más conociendo lo poco que cuida el dominicano lo que no es suyo, colocándose cercas de alambres. En otros lugares se hicieron muros dentro de las mismas isletas, o contenes inmensos, pues con la escasez de parqueos se habían convertido en el nuevo lugar de preferencia.
Recientemente, volvimos a una nueva etapa de planificación centralizada, con mayores presupuestos, buscando resultados inmediatos, resembrando árboles autóctonos ya maduros de altos costos y tumbando acacias, nin, y javillas, así como las apadrinadas isletas que las mismas autoridades en su momento fomentaron.
Somos una sociedad en constante cambio, pero no siempre con una adecuada organización, quedando evidenciado en la breve historia de nuestras isletas.
Si este comportamiento nos ilustra algo es que como sociedad debemos promover una planificación con mayores niveles de centralización, pero con ejecuciones descentralizadas bien supervisadas. Debemos saber adaptarnos a los nuevos tiempos, pero sin buscar resultados inmediatos que no tengan sostenibilidad en el largo plazo. Y por último debemos dar primacía a lo práctico y duradero sobre lo inmediato y frívolo.