Cuando se lee la Declaración Universal de los Derechos Humanos, uno de los textos de mayor valor existente, y se ven las naciones que integran el Consejo de Derechos de las Naciones Unidas, encargado de velar por el fiel cumplimiento de las resoluciones de la declaración, se tiende a pensar que la hipocresía y no el respeto a la dignidad y las libertades humanas norman las relaciones a nivel mundial. El Consejo lo forman algunos de los países con más deprimente récord en materia de violación de esos derechos, como son Cuba, China, Rusia y Arabia Saudita, cuyo periodo expira en diciembre, que han anticipado su intención de permanecer formando parte del organismo. La posibilidad de que sean reelectos se da casi como un hecho, cuando tenga lugar la elección el 28 del presente mes. También lo conforman otros dos países con un lamentable expediente de violación de los derechos humanos como son Venezuela y Vietnam.
Resulta por tanto fascinante conocer, dentro de su monstruosidad, los periódicos informes sobre violaciones de esos derechos firmados por países donde sus ciudadanos huyen por la cruda represión contra toda forma de disidencia, como es el caso de Cuba; en donde un politburó ejecutivo de siete miembros decide la suerte de 1,300 millones de personas, como es el caso de China; donde un dictador encarcela y asesina a sus opositores y expropia sus bienes, como es el de Rusia y en donde la mujer carece de todo derecho y un clan tribal se adueña de la riqueza petrolera de la nación, como es el ejemplo de Arabia Saudita.
Hay que consignar que los países que son elegidos para integrar el Consejo están supuestos a promover la protección de los derechos consagrados en la Declaración Universal de la ONU, por lo que la conformación actual del Consejo constituye una burla descarada al espíritu y letra del texto que alguna vez inspiró el ideal de respeto a los derechos y la dignidad de las personas.