Occidente no es ni una civilización, ni una geografía; es un territorio mental que ha construido una pluralidad basada en la libertad, la solidaridad y la igualdad de las personas. Sus ejes son Atenas, Roma, Jerusalén, Europa, y los Estados Unidos de América. Esos pueblos y culturas han creado Las cuevas de Altamira, Platón, Jesús, el gótico, Dante, Cervantes, el derecho romano, Shakespeare, Leonardo, Einstein, Beethoven, Picasso, Adam Smith, Rimbaud, la Constitución de USA, los Beatles, el Contrato Social, los derechos humanos, el castellano, el inglés, y casi todo lo que es importante en estos tiempos; pero parece que algo anda mal, y vivimos una especie de “fin de epoque”.
El resentimiento ancestral y los negociantes de ideologías, desde el punto de vista social y humanista, se han convertido en personajes impertinentes y peligrosos, en el azote a todo lo que huela a Occidente. El desplome de nuestra civilización y valores humanistas es su único fin, no importa si ellos se van en el intento, esa es la magnitud de su odio. Hoy, los islamistas son su ejército, ayer los partidos comunistas.
El Islam, hijo bastardo del cristianismo, ha engendrado en los musulmanes un odio ancestral a todo lo que huela a libertad, respeto al individuo, a Occidente. La mayor expresión a todo esto está claramente identificada en el antiamericanismo. Hacer ver a los Estados Unidos de América como el demonio.
A ese odio se inscriben los “progres” que se quedaron en la siniestra, una especie de suicidas. Un suicidio occidental asistido por intereses que no saben reconocer los mismos suicidas. Todo lo que les huela a USA les huele a azufre, como le dijera el grotesco Chávez a George Bush en las Naciones Unidas.
Preferir al presidente Iraní, a Hamas o al Estado Islámico y su demoníaco sistema en lugar de Francia, Inglaterra o Estados Unidos de América, es demencial.
Venezuela, rincón de América en donde se engendraron ideas de libertades americanas, hace ya muchos años, hoy aparecen esperpentos que se alían con quien sea con tal de ir contra los Estados Unidos de América.
En Venezuela, Cuba o Bolivia vemos cómo sus generaciones más jóvenes se quieren largar para ver si pueden emplear sus vidas, estudios y valores en otras tierras. Como si algún fenómeno natural hubiese arrasado sus países. No, ningún fenómeno catastrófico natural ha sucedido, no ha habido terremotos, tsunamis, incendios, o sequías, es el odio. Es el deseo del derrumbe de los valores que crearon a Occidente. Los desmanes de Batista en Cuba o los disparates de los Adecos y COPEI en Venezuela son sus justificaciones, pero el remedio ha resultado ser peor que la enfermedad.