Hace algunas semanas regresé de mi residencia de artista en el Kunstlerhaus Bethanien en Berlín. Fueron tres meses fantásticos en los que no sólo pude desarrollar mi obra y crear nuevos vínculos con el arte y el mundo que lo rodea, sino que también pude comprobar más de cerca la importancia de las instituciones en el rol de apoyo al desarrollo y continuidad del arte.
Me resultó súper interesante ver desde adentro cómo opera una ciudad donde el arte está en todos lados, expresado en todas las posibles formas y donde esta energía creativa no sólo es un canal que activa el pensamiento, la relación con la vida y los propósitos personales, sociales y políticos sino que también es una fuente generadora de ingresos y patrimonio tangible e intangible para el país.
Es nuestra responsabilidad como artistas y como parte del tinglado compuesto también por museos, galerías, instituciones independientes, curadores, críticos, amantes del arte etc. garantizar, o al menos hacer el intento de proteger el trabajo de desarrollo, educación y dialogo que se ha venido dando recientemente en nuestra escena de arte.
Estoy totalmente confundida y apenada de ver lo que está pasando con la Bienal Nacional. Es alarmante que la bienal abierta e incluyente lograda en las últimas ediciones, en la que todos los lenguajes necesarios para hablar en el arte eran bienvenidos, se haya convertido en lo que se nos presenta en el 2015.
A pesar de sus precariedades y desaciertos, comunes a todo evento de naturaleza subjetiva, la bienal nacional se había venido manifestando en las ultimas ediciones con la sinceridad suficiente para representar la producción plástica actual del país. Y es realmente preocupante que justo cuando se comenzó a asomar una cierta democracia en la bienal, hayan surgido argumentos añejos y posiciones jurásicas en cuanto a la percepción del arte y lo que éste debe ser. Esta perspectiva totalitaria de control del arte es una amenaza inminente a la libre producción y pensamiento artístico nacional.
¿Cómo puede una institución garantizar a los artistas una relación diáfana que vela por proteger los criterios fundamentales de reflexión y creación, y que ayuda a canalizar constructivamente la comprensión del público hacia los complejos procesos de cambio y nuevos axiomas de la contemporaneidad?
¿Cómo podemos los artistas comprender la importancia de defender los criterios básicos que nos amparan sin sucumbir ante la oferta irresistible de ser exhibidos y premiados en una bienal truncada?
Decidí no participar en la Bienal porque tenemos que ser dolientes de lo que nos pertenece como artistas. No puedo ver el deterioro de lo que ha sido una gran plataforma para mi trabajo y el de muchos colegas sin reaccionar y cuestionar. Siento el compromiso de contribuir a que futuras generaciones de artistas puedan contar con una Bienal digna de su oficio.
En RD presumimos de nuestra modernidad y nos enorgullece estar a la vanguardia en muchos frentes como los megaproyectos de desarrollo urbano y vial, la última tecnología medica y robótica, la informática y telecomunicaciones, los grandiosos centros comerciales y hasta las producciones de cine, moda y teatro. Pero cuando se trata de arte, nuestro criterio viaja en una máquina del tiempo al siglo XVII, y es desde allí donde queremos construir nuestros postulados.
El arte es y siempre será un reflejo del momento en que se produce. ¿Cómo podremos dar a conocer nuestra verdad cuando estamos siendo medidos por criterios ya desfasados?
¿Cuándo comprenderemos que el arte no es una cuestión pasiva de contemplación y gusto? ¿Cuándo llegará el momento en que en verdad valoremos el arte como la llave que abre la puerta a nuevas perspectivas y posibilidades, y como ese amplio idioma que no necesita dividirse y clasificarse?
Debemos repensar la Bienal desde adentro y permitir que se manifieste en su estado natural como escenario y casa de esa energía vibrante que es el arte hoy en nuestro país.