El país ha logrado superar el estancamiento en que se vio sumido en las primeras siete décadas del siglo pasado, a pesar de los problemas económicos, un golpe de estado que degeneró en una revuelta civil con saldo de más de cinco mil muertos, dos intervenciones militares extranjeras y una considerable cantidad de huracanes, tormentas e inundaciones.
Con enorme esfuerzo y superando infinidad de penurias, República Dominicana ha alcanzado un grado relativo de desarrollo, superior al de la mayoría de las naciones del Caribe y Centroamérica. Sin embargo, todavía se nos juzga con mucho prejuicio. Hurgando en papeles viejos encontré que el Almanaque Mundial, en su edición del 2008, dice que el país “figura como una de las naciones caribeñas con más alto índices de pobreza y desequilibrio económico”, una valoración, aunque probablemente cercana a la realidad, no se lee en ninguno de los demás capítulos dedicados a los otros países de la región con más conflictos económicos y sociales que el nuestro.
Se refiere a Trujillo como un “líder populista” y reseña que tras la caída de Bosch siguió una etapa de “varios años de guerra civil”. Durante años, dice, República Dominicana fue calificada como la isla de la pobreza”, agregando que “ni siquiera en el mandato de Leonel Fernández en 1996, las cosas mejora(ron). Tras citar el gobierno de Hipólito Mejía sin juicio de valor alguno, se refiere al regreso de Fernández al poder afirmando que “tampoco su gestión permite dilucidar un panorama alentador para los dominicanos”.
Las ediciones posteriores no trajeron cambios en estos conceptos que describen un país distinto al que vivimos, a pesar de lo mucho que después nos ha costado la desnacionalización de descendientes haitianos. Es cierto que somos pobres y que se han destruido nuestras expectativas. Pero hay valores nacionales que no hemos podido difundir con éxito en la comunidad internacional.