“Con miedo, pero ahí voy”, confiesa tímidamente Griselda Grajales cuando explica a EFE el esfuerzo de escalar un árbol altísimo del bosque maduro de Panamá con el fin de colocar y mantener un nido artificial para el guacamayo verde, un ave en grave peligro de extinción por la desaparición de su hábitat y el comercio ilegal.
Esta indígena emberá de 24 años y madre de dos hijos participa en un proyecto de la ONG Adopta Bosque Panamá para la conservación del guacamayo verde (Ara Ambiguus), cuya población mundial es menor a 3.700 ejemplares, incluidos juveniles y maduros, según la Lista Roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN).
Nativa de Colombia, Costa Rica, Ecuador, Honduras, Nicaragua y Panamá, esta ave de exótico plumaje mide alrededor de 79 centímetros y pesa cerca de 1,5 kilos. Su hábitat son los bosques maduros (los de mayor naturalidad posible), y normalmente se encuentran a alturas no menores de 35 metros en las copas de los árboles.
Las poblaciones de guacamayo verde “se están reduciendo dramáticamente. El ambiente natural de ella es muy particular, requiere de grandes extensiones de bosque virgen, maduro, para poder surgir”, explica a EFE el director de Adopta, Guido Berguido.
La tala y la deforestación para instaurar la agricultura o la ganadería afecta la supervivencia de esta especie. También su comercio ilegal: “Buscan los polluelos. Un campesino o un indígena vende (un ejemplar) localmente a 500 o 1.000 dólares. Afuera puede (llegar a costar) 10.000, 20.000 dólares”, asegura el activista.
NIDOS ARTIFICIALES: UNA ALTERNATIVA DE ÉXITO
Otro obstáculo para la supervivencia de estas aves son los nidos.
“Las guacamayas verdes anidan en las cavidades de los árboles. No tienen la habilidad de taladrar y dependen de cavidades naturales, que las hay cuando los árboles están prácticamente podridos. Eso es una amenaza, porque ante cualquier elemento natural o humano, el árbol se viene abajo”, explica el biólogo panameño.
Es por ello que Adopta impulsa el proyecto de los nidos artificiales. Son tanques cilíndricos de plástico con capacidad de casi 190 litros “que se adaptan, se le hacen agujeros y se coloca material adentro para que puedan anidar”.
“Como están acostumbradas a anidar en cavidades esto le resulta natural, con la gran ventaja de que lo van a poder utilizar por muchos años, 20 o 30 años. Por supuesto, hay que hacerle mantenimiento. Colocamos nidos artificiales para darles una alternativa de éxito”, afirma el científico.
Hasta ahora se han montado tres de estos nidos artificiales y Adopta espera colocar al menos otros dos en los próximos meses.
SUBIR UN CUIPO: EL GIGANTE DE LOS BOSQUES PANAMEÑOS
El proyecto se apoya en la comunidad La Marea, una aldea situada en una zona de difícil acceso en la selvática provincia de Darién a la que solo se llega tras surcar dos horas un río. Griselda es la más novata de los tres habitantes de la localidad involucrados.
El grupo ha recibido entrenamiento para subir árboles muy altos con la ayuda de sogas profesionales, colocar allí los nidos y hacerles mantenimiento. También para monitorear y hacer censos de las aves. Por todo ello reciben un estipendio, explica Berguido.
Griselda, que ha subido ya algunos árboles, intentará conquistar por primera vez un cuipo (Cavanillesia Platanifolia), el gigante de los bosques panameños. Este árbol caducifolio puede medir entre 20 y 45 metros de altura.
Ayudada por cuerdas que son lanzadas con ballestas, y asegurada con arnés y demás implementos, la joven comienza a subir este árbol de unos 40 metros de altura en busca del nido artificial colocado allí por uno de sus compañeros. Pero a mitad de camino el cansancio es mucho y desiste por sugerencia del grupo. Ya lo volverá a intentar otro día.
“Hay que tener mucha fuerza para escalar. Pero me gusta, con miedo pero ahí voy. Es muy importante (la conservación del guacamayo), nací escuchándolas aquí”, explica la mujer.
Para llegar hasta este cuipo hay que caminar durante varias horas desde La Marea por un camino fangoso, en el que EFE pudo ver serpientes y huellas de felinos, entre la neblina y un ambiente muy húmedo.
“Me gustaría poner bastantes nidos artificiales en todos los árboles”, pero “más cerca (de La Marea) no tan lejos por allá, por la montaña. Uno tiene que arriesgarse 3-4 horas caminando, es muy difícil y agotador”, afirma Griselda.
¡VIENE LA VERDE!
“¡Viene la verde!” grita un indígena emberá emocionado tras escuchar el característico trino agudo de esta ave. Los baquianos del bosque distinguen rápidamente los cantos de los distintos tipos de guacamayos que habitan allí.
Al tercer día de excursión hacia el cuipo aparecieron, para sorpresa y alegría del grupo de indígenas e investigadores, tres parejas de guacamayos verdes. Todo un espectáculo, pues estas y las rojas son las más difícil de observar.
“Desde la madrugada pensaba ‘ojalá que viéramos la verde’. Cuando el compañero la escuchó me sentí bien contenta. ¡Estaba bien desesperada por ver esa guacamaya verde, estaba bien contenta de verla!”, expresó entre risas Griselda.