Las protestas por los resultados de las elecciones del domingo están creando un peligroso ambiente de agitación y corresponde al liderazgo responsable, en esta hora crítica, llamar a la calma y pedir a su militancia que evite ceder a la tentación de recurrir a la acción directa. Si esa necesaria exhortación al buen juicio faltare o llegara a destiempo, nadie estaría en condiciones de predecir los resultados y mucho menos pretender después el control de los ánimos desbordados.
El candidato del Partido Revolucionario Moderno (PRM), Luis Abinader, hizo este martes un vehemente pronunciamiento contra el veredicto electoral, que dio al presidente Danilo Medina el derecho a gobernar por un segundo mandato y nada tiene de objetable, dentro de las circunstancias en que habló, el tono de su discurso. Pero olvidó, tal vez por la temperatura del ambiente, con los ánimos caldeados, agregar lo que una parte importante de la nación esperaba, que no es más que un llamado a la calma, porque nadie más que él tiene hoy la autoridad en el ámbito opositor para hacerlo.
Si las aguas se desbordan y las protestas degeneran en enfrentamientos callejeros, el saldo será difícil de cuantificar en términos materiales como probablemente también en vidas humanas. Y cuando todo vuelva a la normalidad, como siempre ocurre, la conciencia nacional pasará juicio y el costo político por lo sucedido será muy alto, para aquellos que levantaron el puño para golpear y los que tenían la suficiente autoridad moral para impedirlo.
Abinader ha reconocido que detrás de la derrota numérica del 15 de mayo se esconde un naciente y fuerte liderazgo de vocación futura. Confirmarlo puede depender ahora de una acción correcta como destruirlo de una omisión penosa. En las elecciones del domingo estaban en juego poco más de cuatro mil posiciones. Pero también, y principalmente, la paz y el porvenir de la República.