Londres- Si se lo ve jugar, si se lo escucha tras los partidos, si se atiende a su lenguaje corporal, el suizo Roger Federer da señales de estar en un gran momento. Y es así, aunque la paradoja es que su templada serenidad en el final de temporada contrasta con un año en el que sufrió como pocas veces le pasó en el tenis.
“A veces suceden tantas cosas al mismo tiempo que, simplemente, necesito escaparme de todas ellas”, explicó en Londres el ex número uno del mundo para justificar las largas pausas que hace en el circuito. “Y tengo una familia”, añadió como dato no menor el hombre que mañana se enfrentará, en la vigésimo sexta edición del clásico de los clásicos del tenis, al español Rafael Nadal.
A sus 30 años Federer es todo un cabeza de familia. Suizo, al fin, le gusta tener todo organizado y aprovechar el tiempo al máximo, aunque no pueda impedir imprevistos, como que una de sus hijas gemelas lo despierte a las cuatro de la mañana, horas antes de la final de París-Bercy.
Pero Federer siempre es Federer. Entra al estadio con gesto serio, saluda a su público, deja el bolso y la raqueta en el piso y lo primero que hace es ocuparse de los dos toallones que lleva. Dobla uno y lo pone sobre el banco, dobla otro y convierte en más mullido el respaldo. Partido tras partido, torneo tras torneo, año tras año.
Esa disciplina, esas rutinas, son clave en la historia de un jugador que prácticamente no se lesiona. En parte porque juega “fácil”, sin el esfuerzo y la torsión exagerada a la que apelan tantos otros. Pero también por una extraordinaria movilidad, un juego de piernas pulido y sólido.
“Él es muy rápido. A veces piensas que tienes el punto y Roger sigue ahí”, explicó el domingo Jo Wilfried Tsonga tras ser derrotado por Federer en su debut en el Masters de Londres.
El físico moldeado por Pierre Paganini se mantiene firme, y los golpes también. Pero por primera vez desde 2002 el suizo cerrará un año sin haber ganado un torneo de Grand Slam, donde tiene el récord de 16 conquistas. Y si el físico y los golpes funcionan, la grieta que debilitó al Federer monolítico de hace unos años debe estar inevitablemente en su mentalidad.
Sobraron ejemplos en un 2011 que lo vio sólo tres veces campeón: desde los cuartos de final de Wimbledon que perdió con Tsonga tras disponer de una ventaja de dos sets a cero, hasta la semifinal del US Open que le entregó al serbio Novak Djokovic con dos match points a favor, algo que le sucedió por segundo año consecutivo.
El domingo se vio en el box del suizo al futbolista francés Thierry Henry, pero fue la aparición en el final de su archirrival Nadal, el hombre que lo venció 17 de las 25 veces que lo enfrentó, lo que más llamó la atención.
No es común que las grandes estrellas vayan al estadio a seguir a sus rivales. Suelen hacerlo por televisión, pero Nadal admira demasiado a Federer, no se cansa de estudiar su juego. Lo impacta el hecho de que esté buscando su centésima final en el circuito y su sexto título en el Masters, un torneo que él aún no pudo ganar.
“Él es mejor jugador que yo sobre esta superficie”, destacó Nadal, que un año atrás perdió la final del Masters con el suizo y que también tiene una cuenta escasa de títulos este año: tres, muchos menos que su promedio de las últimas temporadas.
“En esta superficie cubierta mi golpe con efecto no le afecta igual, porque mi bola no salta tanto”, analizó un Nadal que no puede entender que se haya hablado durante la temporada de un Federer en horas bajas.
“Mucha gente pierde el tiempo hablando de que Federer está en el final, y yo llevo tiempo diciendo que no es así”, dijo contundente. Defensa cerrada, aunque con límites, porque el español sabe que el paso del tiempo no tiene piedad. Y entonces relativiza sus propias palabras.
“Federer ha hecho cosas que parecían imposibles, no estuvo este año en la final del US Open por purísima mala suerte. Pero al final, tarde o temprano, todos terminamos bajando”.