Alemania provocó la muerte de más de 80 millones de seres humanos en dos guerras mundiales, entre 1916 a 1945. La última, basada básicamente en una supuesta superioridad racial de los arios. Ningún vecino de Alemania puede sentirse seguro con semejante vecino, que ha demostrado con creces que es una nación racista.
Haití entró al escenario mundial mediante una revolución marcada por un sangriento degollamiento de millones de personas. Su primera Constitución como nación marcó lo que ha sido hasta estos días la premisa de los haitianos, su odio a los blancos y a los dominicanos en particular. Francia fue quien abolió la esclavitud, no ellos. El artículo 12 de la Constitución Imperial haitiana, lo de imperial dice mucho, reza lo siguiente “Art. 12. Ningún blanco, cualquiera sea su nación, pondrá un pie en este territorio con el título de amo o de propietario, y de ahora en adelante aquí no podrá adquirir ninguna propiedad”. Y, vaya coincidencia, en el artículo siguiente excluye de esa prohibición a nada más y nada menos que a los alemanes.
En Haití no hay justicia desinteresada, sino que está siempre contaminada por el rencor personal, y todo perdón o castigo son arbitrarios; individuales o colectivos. Ocultando un pasado de cuyas consecuencias el presente está preso de una ambigüedad moral y canallesca.
Los haitianos nunca han sido humanitarios, ni solidarios para con los dominicanos, todo lo contrario; han sido enemigos violentos. La clase dirigente haitiana y sus aliados sólo han apelado a la comunidad internacional para agredirnos o para pedir limosnas. La clase “alta” haitiana es la gente más despreciable que puede haber, parasitando en la miseria del pueblo más pobre de América.
Aquellos que se movilizan para que el Estado dominicano no tome ninguna acción, y que sólo sean los dirigentes haitianos quienes mantengan las iniciativas internacionales y fronterizas en torno al problema, parecen querer que nos suicidemos, o tienen un desconocimiento total de la formación de ambos países. Discursos de “relumbrón”, no de estudio de los hechos y consecuencias que hicieron de dos naciones un cuerpo siamés, con seres distintos en comportamiento y espíritu.
Exigirnos a los dominicanos una laxitud de convivencia para darle cabida al pueblo más intransigente y racista de América, ser blanco o dominicano en Haití es peligroso, es exigirnos nuestra extinción. El nacionalismo racista y brutal de los haitianos no acepta la dominicanidad, y es esa intransigencia hacia lo dominicano lo que es y debe ser inaceptable para los dominicanos, pues sería nuestro fin como nación. Mientras, algunos dominicanos toman partido contra nuestro país, errando el camino aún poseyendo brújulas y, al mismo tiempo, canibalizando sus muchos años de buen periodismo.