En el teatro Guloya se espera que se apaguen las luces para que comience la función… pero esta vez las luces no terminan de apagarse.Entra el suspenso y, de pronto, se abre una puerta lateral, irrumpe un personaje. ¿Será parte del público? No, es Ismael que sale pidiendo un urinario.
¿Un urinario? Sí, un urinario. Pero el actor, José Manuel Rodríguez, se propone un pensamiento nuevo para el objeto y para la sensación que produce querer orinar. Al no encontrar uno, la incontinencia se hizo del personaje: de aspecto descuidado, frío, de cierto desequilibrio mental, esquizofrénico.
Esta alteración ha permitido la consecuencia de otras, de ahí que nunca estuviésemos en presencia de un hecho normal, pues el personaje requería un escape, involuntario tal vez, pero sí necesario para abordar problemas sociales, políticos, económicos, morales y hasta psíquicos los cuales tienen un efecto en la sociedad y procuraba hacerlo del conocimiento del público a través de su percepción trasformada de la realidad.
Entonces, es Locura cuerda una forma de expresar, mediante el teatro, situaciones que se presentan y que de una forma u otra trastocan la personalidad del individuo e incluso son la causa de muchos cambios en nuestro medio y en nosotros mismos. Es así como en un ataque de neurosis obsesiva, se abre un cuadro que permite descubrir el funcionamiento del inconsciente y, a medida que avanza la función, se cuentan varias historias.
Así aparece una rata: como forma de expresión de los sentimientos guardados por el personaje, de sus miedos, los cuales se transforman ávidamente y suscitan el drama que envuelve su vida. Se registra la historia de la infidelidad de su amada Elda, a quien describe como una de esas mujeres correctas y morales, pero que son capaces de cometer los actos más impuros, siendo incluso la causante de su muerte, al encontrarla con su amante en la intimidad de su lecho y, al abalanzarse contra el susodicho, las balas de su arma le quitan la vida.
Y, mientras contaba desde su cielo imaginario cómo se orinaba en todos aquellos que solo buscan su beneficio y van por el mundo destruyendo lo que encuentran, en todo ello siempre citaba la rata, aquella con la que había pasado los mejores momentos de su vida, su compañera, que luego se convirtió en un monstruo, sintiéndose cual Gregorio Samsa en la Metamorfosis de Franz Kafka al experimentar una mutación, esta vez en cuanto a sus sensaciones internas.
Un día, sin proponérselo, observó a lo lejos cómo una multitud enfrentaba la rata. Muchos ya deseaban el cambio en sí mismos y en su alrededor. Entonces, dejó sus temores a un lado y enfrentó sus miedos. Esos que tenemos todos y que debemos enfrentar para crear una sociedad más justa, de principios y valores morales, pero sobre todo de más confianza en Dios y la unidad de la familia.
Sin equivocaciones, se puede afirmar que José Manuel Rodríguez ha sabido encarnar el personaje de Ismael transmutando así desde lo real maravilloso, pero sin perder de vista aquellos elementos que conforman nuestra realidad, una visión de un mundo en el que si no buscamos juntos soluciones viables a los problemas que nos aquejan, dentro de poco no sabremos si será mejor ser loco o cuerdo.