En nuestra entrega anterior establecimos que una convivencia armónica entre el espacio público, lo privado y el bien común, desde las ópticas de Arendt y Nussbaum, es la Política del Consenso, y ello así porque el sentido de la política es la libertad, ya que no hay manera mejor de actuar que cuando se es libre. Este actuar implica presencia ante los iguales, mostrarse en el espacio político también llamado espacio de aparición. No se concibe la libertad desde la clandestinidad, debido a que solo se es libre cuando se puede mostrar esta condición ante los semejantes.
Es oportuno reconocer que para un verdadero consenso y una auténtica participación ciudadana hay que ser educado en torno a la política democrática, pero sin adoctrinamientos puesto que la libertad de ideas ha de ocupar un papel fundamental. Por ello, la libertad es una característica de la existencia humana en el mundo, y en este escenario juega un papel preponderante la educación para una auténtica ciudadanía, la cual colabora a un enfoque más global de las problemáticas, tanto de las sociedades nacionales como internacionales. Ser educados para deliberar juntos como ciudadanos libres e iguales en una democracia consagrada a fomentar la justicia social para todos los individuos. Puesto que la democracia participativa funciona evidentemente en un pueblo educado para que la voz del pueblo sea escuchada.
Sobre este particular, Martha Nussbaum, filósofa norteamericana, dice que para el consenso hay que tomar en cuenta las siguientes aptitudes: La aptitud para reflexionar sobre las cuestiones políticas que afectan a la nación, analizarlas, examinarlas, argumentarlas y debatirlas. Reconocer a los otros ciudadanos como personas con los mismos derechos que uno, contemplarlos con respeto, como fines en sí mismos y no como medios para obtener beneficios propios mediante su manipulación. La aptitud para imaginar una variedad de cuestiones complejas que afectan la trama de una vida humana en su desarrollo.