La vida de siete hermanitos transcurre entre la miseria y el hacinamiento, sin esperanza de poder asistir siquiera a la escuela por falta de actas de nacimiento. Zeneida Maríñez, de 33 años, sufre cada día porque no puede enviar sus hijos a estudiar, ya que estos no han sido aceptados en la escuela pública debido a que no tienen acta de nacimiento.
Explicó que no ha podido declararlos porque ella tampoco tiene documentos de identidad porque no fue declarada por sus padres.
“Es como si no existiéramos. Me siento desesperada por ver que mis muchachos están en el aire”, expresó la mujer, quien vive en el sector Los Girasoles. Aseguró que ha acudido a la Junta Central Electoral para tratar de conseguir documentos, sin embargo, dijo que no la ha “pegado” ya que le han pedido papeles que no ha conseguido.
Dijo que no tiene dinero para realizar el proceso legal que exige la Junta para completar el proceso y obtener su acta de nacimiento en la Unidad de Declaración Tardía.
Llantos de impotencia
En medio de la impotencia, la mujer rompe en lágrimas cuando ve otros niños ir a la escuela y los suyos aún no saben cuándo empezará a estudiar.
Con el rostro marcado por la preocupación y mientras secaba sus lágrimas con las manos, Maríñez, quien además está desempleada, expresó que lo que más le angustia es cada vez que inicia el año escolar y ve a los niños del sector, ubicado en el Distrito Nacional, salir para la escuela, mientras que los suyos le preguntan por qué ellos no van.
Según explicó, el padre de los dos hijos mayores, de 12 y 13 años, murió hace 13 años, mientras que el padre de los cinco más pequeños con edades de uno, dos, cuatro, ocho y diez años, es chiripero y no puede ayudarla como debería, ya que al igual que ella no cuenta con documentos de identidad. En la empobrecida casucha de madera y zinc, donde llueve afuera y escampa adentro, las precariedades están a la orden del día.
A pesar de que son siete hijos, más ella y su pareja, la casa solo tiene una maltrecha habitación, donde duermen casi apiñados. Además tienen que compartir el baño con cuatro hombres que viven en la otra mitad de la casucha, por la que pagan 1,500 pesos mensuales y que muchas veces no consiguen a tiempo y se atrasan en el pago.
Con voz quebrada y mientras tomaba en sus brazos a la más pequeña de sus infantes, dijo que debido a que se mojan cuando llueve, en muchas ocasiones sus hijos se les enferman y no cuenta con los recursos para comprar medicamentos. Tampoco tiene dinero para ayudar a su hija Ruth Esther, de diez años, quien habla y camina con dificultad.
“Me duele que la he llevado al médico, pero después no tengo dinero para comprar los medicamentos que le recetan, eso es una preocupación, quedarme con la receta en la casa”, expresó la mujer con voz entrecortada por el llanto.
Ante su condición de pobreza pidió a las autoridades gubernamentales que se apiaden de su deseo de ver a sus hijos estudiar y le permitan que pueda obtener su acta de nacimiento para luego sacar su cédula y así poder declarar a sus hijos.
Algunos vecinos le dan algún tipo de ayuda, pero esta mujer solo quiere sus documentos de identidad para que sus hijos estudien.