En 2015, cinco días después de recibir un Premio Grammy a la Excelencia Musical, la periodista Teodelina Basavilbaso visitó a Gato Barbieri en su domicilio de Nueva York. “¿Cómo ve su futuro?”, le preguntó. “Me voy a morir en tres o cuatro años”, fue la categórica respuesta del saxofonista.
Desgraciadamente, no llegó a tanto. Laura Barbieri, esposa y madre del único hijo del artista, confirmó el fallecimiento del controvertido jazzista el sábado, en Nueva York a los 83 años. El 23 de noviembre ofreció su último concierto en el club Blue Note de la ciudad. “¿Por qué toca hoy en día?”, le inquirió la periodista en aquella ocasión.
“Porque precisamos dinero“, respondió éste sin dudar. Llama la atención cómo quien tuvo el mundo a sus pies pudo terminar sumido en el más impenetrable de los olvidos: “Será porque he hecho todo lo posible por complicarme la vida”, manifestaba Barbieri hace unos años, “y lo he conseguido”.
Por algún motivo, la crítica sigue empeñándose en incluirle entre los pioneros del latin jazz: “Yo no tengo nada que ver con eso”, insistía el interesado. “Tanto que los músicos de jazz no me consideran un músico de jazz y los músicos latinos no me consideran un músico latino”.
Inspirado en el cinema novo de Glauber Rocha, Leandro “Gato” Barbieri abrazó la causa de un tercermundismo bolivariano de perfiles inciertos: “Glauber me hizo entender que yo, como subdesarrollado, tenía los mismos problemas, que yo también tenía mis raíces musicales”.
El de Gato Barbieri era “un arte comprometido con las luchas del pueblo que no podía ser complaciente con los dictados del mercado burgués y el entretenimiento” (Diefo Fischerman). Por el jazz, a la revolución. O así.
Hay quien explica la quebradiza trayectoria del músico en su tartamudez, que hizo de él un niño atormentado por sus semejantes en su Rosario natal, “donde excepto prostíbulos, no había mucha vida nocturna”. Ya en Buenos Aires, participó en primera línea de batalla en la guerra que enfrentó a tradicionalistas y modernos.
Barbieri llevaba la voz cantante entre los segundos: “Yo era el rey y Buenos Aires, mi reino”. Hasta que se cruzó en su camino Michelle, de origen italiano, con quien se trasladó a Roma en 1962. “Gato Barbieri siempre dependió de sus mujeres”, apunta certera Basavilbaso.
Más allá de cualquier otra consideración, Michelle tenía contactos, algo imprescindible para quien pretendía sacarle el jugo a la dolce vita romana. El matrimonio va a pasar de las fiestas más exclusivas a las jam sessions de free jazz más elusivas donde el saxofonista va a alternar con los más grandes: Enrico Rava, Don Cherry y, tiempo al tiempo, Charlie Haden.
Consecuencia de su actividad entre bastidores, va a recibir la llamada de Bernardo Bertolucci para componer la música de una nueva película: “Me dijo: ‘No quiero que la música sea demasiado Hollywood o demasiado europea, un término medio”.
El último tango en París proporcionó a Gato Barbieri fama, dinero y algún quebradero de cabeza, tras ser acusado de traición por el maestro Astor Piazzolla: “Supongo que se sentó herido en su orgullo porque Bernardo me encargó el trabajo a mí y no a él”.
Situado en la cumbre de la popularidad, Barbieri posa desnudo para Alicia D’Amico. Su sonido exasperado le ha convertido en el sucesor al trono de John Coltrane: “Cuando toco el saxo toco la furia, la confusión…”.
Sus discos-proclama se venden como churros: The Third World, Chapter One: Latin America (1973), Chapter Two: hasta Siempre (1973), Chapter Three: viva Emiliano Zapata (1974), Chapter Four: alive in New York (1975)… Con Caliente (1976) quedan en evidencia los cambios operados en el saxofonista que, ahora, se esconde bajo el paraguas de su nuevo productor, Herb Albert: “Gato Barbieri irrumpió en el mundo del jazz como una bengala”, escribía José Ramón Rubio en EL PAÍS. “Entonces la bengala llegó a lo alto, estalló y se convirtió en lo que se convierten las bengalas: en nada”.
Y llega el silencio.
Van a ser décadas de oscurantismo, enfermedad y adicciones varias. Alejado de los escenarios, Barbieri se ve acosado por la ceguera, producto de la degeneración macular, y la depresión, tras el fallecimiento inesperado de Michelle. Su apartamento frente a Central Park, atestigua Basavilbaso, contenía más píldoras y medicamentos que la mayoría de las farmacias. Para más inri, ha perdido sus dientes: “Unos los perdí, los otros se los comió el perro, hijo de puta”.
Un repaso somero a la hemeroteca, por lo que toca a sus apariciones públicas no muy frecuentes en nuestro país, deja tras de sí un panorama desolador. San Sebastián y Madrid fueron escenarios de otros tantos escándalos por parte de un respetable que pudo sentirse estafado ante la falta de profesionalidad del artista. Un tema que, con bastante probabilidad, no preocupaba al interesado.
“¿Y cómo le gustaría ser recordado?”, le pregunta Teodelina Basavilbaso. “Oh no, no me importa”, su respuesta.
La excelencia musical y el legado de un maestro