En esta segunda entrega de los monumentos religiosos, erigidos en la provincia de La Altagracia, en su mayoría ubicados en Higüey, invitamos a un recorrido por los lugares en donde dominicanos y extranjeros acuden a profesar su devoción.
El Pozo de la Virgen
El Pozo de la Virgen es otro monumento nacional localizado en el centro de la turística ciudad Salvaleón de Higüey, en la calle lateral sur; paralela a la iglesia San Dionisio, que para su construcción era necesaria una fuente de agua para el abastecimiento, supliendo esa necesidad. Sin embargo, la leyenda o testimonios populares aseguran que de forma repentina se incendió la antigua ermita arropando el fuego las humildes casas de canas y palma alrededor. Todos, desesperados, corrían en búsqueda de auxilio para sofocar el siniestro, hasta que de forma milagrosa apareció el pozo de la nada (…) proporcionando suficiente agua y devolviendo la calma a los vecinos. En lo adelante, sugirieron un acto milagroso nombrándolo el Pozo de la Virgen, que hasta la actualidad, se mantiene como identidad higüeyana, frente a la casa curial.
El reloj de la iglesia San Dionisio
Agustín Guerrero, un señor residente en la sección del Guanito, donó a la iglesia el “reloj de la torre del santuario” el 2 de mayo de 1896. El presbítero Vallejo, Eustaquio Ducoudray y Manuel Emilio Gómez estuvieron presentes dando fe al donativo. El 11 de octubre de 1918 hubo un temblor de tierra muy fuerte sin provocar daños en el Santuario ni en la villa. Los higüeyanos sintieron pánico.
Fue con el terremoto de Matancitas, en Nagua 1946, que en Higüey se sintió, y es así, como algunas de sus grietas, provocadas por otros temblores, se ponen al descubierto, las cuales luego fueron restauradas. El santuario se convirtió en un termómetro del clima, o de fenómenos naturales que a la exigencia de más construcciones porque en la incipiente comunidad abundaba la cana, la paja, yagua, palma y zinc. La última restauración de la iglesia colonial de San Dionisio fue en 1947.
Higüey se ha constituido en un referente obligado, no solo de la cultura histórica y hoy hotelera, sino por el impulso mercadológico y de expansión de la identidad nacional por ser un destino religioso, de promesas, fieles, exvotos y ruidos solemnes que emanan de la voz popular.
La Altagracia es emblema de color, melancolía, remembranzas y valores que cada 13 y 14 de agosto, encuentran el regazo virginal, al igual que el 21 de enero. En época del traslado de la villa, desde Yuma, el actual municipio de Higüey, no desapareció gracias a la intervención de la iglesia.
Los pocos vecinos se mantenían apiñados alrededor de ella como conquistas de las almas y crecimiento del ejército de Jesucristo. Cita Castro. El 15 de agosto, el país celebra la coronación a la Altagracia, desde que se ofrendara en el año 1922, en la histórica Puerta del Conde, Peñalba Meneses y Bracamontes, de la Ciudad Colonial, en Santo Domingo.
La Torre del Santuario
Construida en 1882, cuando se erigió el primer campanario porque el que había casi no se escuchaba, sus campanas estaban rajadas y eran muy pequeñas. En 1865 fueron sustituidas por otras que aún hoy funcionan; fundidas en Boston y donadas por Joaquín Alfau, en los años 1766, 1772 y 1779. En 1956, una de esas campanas, del 1865, se envió a la parroquia Sagrado Corazón de Jesús, de La Enea.
Museo La Altagracia
Un destino muy especial, digno de respeto y admiración, es el Museo de La Altagracia. Es interesante recorrerlo para conocer la cultura y el sincretismo religioso dominicano. A seguidas, la Parroquia de la sección Santana, que pertenece a la Enea, donde se recibe a los Toros que son arreados desde las distintas localidades del este.
La primera piedra para erigir el museo que aloja los exvotos de los peregrinos fue colocada el 9 de junio del 2009, con un acto de bendición realizado por monseñor Gregorio Nicanor Peña Rodríguez, obispo de la Diócesis de Higüey, y presidente de la Conferencia del Episcopado Dominicano.
En el Museo La Altagracia se exhibe toda la herencia cultural y religiosa que durante cinco siglos ha sido atesorada y entregada por el pueblo dominicano a su madre: Nuestra Señora La Altagracia. Aquí se registran los valores al culto mariano y altagraciano, objetos simbólicos de fe y devoción, arte religiosa popular y diversas manifestaciones culturales que nacen con el pueblo mismo.
“La devoción mariana es un importante componente de la cultura y la espiritualidad de América Latina, y que en el caso del culto a La Altagracia es el más antiguo de América y el que mayor cantidad de personas moviliza cada año dentro del país y en el exterior”, dijo monseñor Nicanor Peña.
El gobernador de la Comisión de Mantenimiento y Remozamiento del Santuario Nacional de Higüey, presidente del Grupo Popular, Alejandro Grullón, expresó que, “el museo es una respuesta a la necesidad de preservar y transmitir el rico legado espiritual y social que ha dejado a través de tantos años la profunda devoción de los dominicanos por la Virgen de La Altagracia”.
El museo consta de seis salas de exhibiciones, un auditorio, un mirador hacia la Basílica, un salón de audiovisuales, un laboratorio y sus instalaciones. Carlos León y Jorge Ruiz, museógrafos españoles, junto al especialista argentino Sergio Barbieri fueron los encargados de catalogar las piezas. El diseñador del inmueble fue el ingeniero Pedro Borrell.
La religiosidad popular
Los católicos que compartían con los campesinos higüeyanos en tiempo de la fundación de la ciudad transmitieron sus creencias o cultura religiosa que a veces se desvía en su esencia por la difusión oral, frente a la influencia africana, española y hasta francesa que trataba de imponerse en la isla. El pueblo de “Tatica” siente por la magia blanca y la superstición, sin tener una correspondencia con su antropología cristiana. La Iglesia tuvo que adoptar posiciones en consonancia con las tradiciones y costumbres del pueblo por su contenido humanístico profundo y a su vez, la práctica del Evangelio. Como parte de los valores que emergen del cristianismo nació el “Catolicismo Popular”.
Según el profesor Francisco Guerrero Castro, en su libro de Salvaleón de Higüey, “la religiosidad popular en San Dionisio, antes de perjudicar, ha sido beneficiosa, porque a través de María Virgen se ha logrado aumentar la fe en Dios”. El catedrático indica que los nativos indígenas nunca tuvieron contacto con los cultos cristianos, ni con la palabra de Dios. Una manera de introducirlos en la fe. Lo esencial era el temor a Dios. Comentó que el pueblo de Higüey se fue civilizando por medio de la religiosidad popular, de forma tal que disminuyeron los criminales en potencia. Es así como se crea también la Hermandad de los Toros de la Virgen como pura identidad. 500, 300 o 100 años la evangelización era difícil por la ausencia de curas.
Es por eso que el 19 de enero 1863, en plena gesta restauradora, el arzobispo Monzón le comunica al presbítero Billini, su necesidad de enviarle a Higüey, como cura párroco “a esa gente que son bárbaros y necesitan civilizarlos”.