No hay nada en este mundo que no tenga un momento decisivo, decía Cartier-Bresson. Y, a veces, no se necesita hacer algo para que ello suceda, simplemente sucede. Eso le pasa a todo, personas, cosas y situaciones. Llega un momento que no da más, y tiene que cambiar.Dos momentos en política están a punto de cambiar: La “era” Leonel Fernández, y la “era” de Fidel Castro. Está claro que no se pueden igualar las dos “eras”. Fernández es un demócrata populista sin pudor, pero no un dictador; mientras que Fidel Castro es un dictador atroz, mala gente, endiosado. Hay semejanza porque sus dos tiempos se están acabando irremediablemente.
Parece claro que todas las acciones recientes de Leonel Fernández están siendo hechas para intentar crear una situación de “volver en el 16”. Todos los amarres en la administración de justicia, en el Congreso, en el envenenamiento de los partidos de oposición, en la candidatura a la vicepresidencia, en inaugurar obras sin estar ni en el 50% de su realización, en modificar el presupuesto nacional una y otra vez, en pedir y pedir préstamos para fundirlos de inmediato, a sólo días de su partida. Todas esas cosas tienen su motivo, su razón de ser; el miedo a Danilo Medina. ¿Le tiene miedo? Mientras, Danilo calla.
Quienes dicen conocer a Danilo comentan que ese silencio, ese mirar para otro lado mientras los que se van hacen y deshacen, no es real, que es esperando su tiempo. Dicen que se fue del gobierno siendo ya un líder nacional, y siendo verdadero jefe político del partido, para hacer tienda aparte pero dentro del partido. Sabiendo que contra el Estado sería imposible ganarle a su rival interno.
Aquella frase “El Estado me ganó”, lo transformó. Porque estaba convencido que era él quien debía ser el candidato de entonces. Aquello marcó el cambio de estrategia para llegar al poder, haciendo lo que fuese necesario hacer. Haciendo lo que nunca se había hecho, ganarle al rival con sus propias armas.
En Cuba, Fidel Castro y su familia están haciendo lo que hacen los tiranos al final de sus días; hacer mal teatro. Lo del caso Payá, con el montaje de las declaraciones de los acompañantes del líder muerto, muestra la grotesca estética de las dictaduras.
Un señor asustado, leyendo un guión de autoculpa, con personeros del gobierno controlando todo; por otro lado está la foto de la hija de Oswaldo Payá, Rosa María, en el entierro de su padre. Es la imagen del dolor puro, sangrante dolor de una joven mujer que sólo ha vivido sufrimientos.
¡Que ese sufrimiento la ayude a ser mejor, como lo fue su padre!