El inicio de un proceso de cambios en el sistema político que ayude a fortalecer la institucionalidad democrática del país no puede esperar. Durante décadas se han postergado las reformas pendientes en el régimen electoral y el sistema de partidos, bajo el alegado de que no ha habido discusiones suficientes o de que existen otras prioridades. Lo cierto es, que lo que ha prevalecido es la resistencia de los políticos a ser regulados. No se ha querido ningún tipo de control en la vida partidaria, ni en la competencia política, lo que ha derivado en un deterioro cada vez mayor de los procesos políticos.
Vistos los fallos del recién concluido proceso electoral y las debilidades de los partidos en cuanto a su democracia interna, institucionalidad y transparencia, se ha retomado el debate público sobre la conveniencia de las reformas políticas. Después de décadas de discusión sobre estos temas, el gran reto de la clase política es demostrar que esta vez va en serio. Hay mucho escepticismo en la ciudadanía sobre el compromiso real de los líderes políticos de modernizar y democratizar el sistema político dominicano. Ese escepticismo no puede paralizar, todo lo contrario, la entrada del debate en la agenda pública debe aprovecharse como una oportunidad para que esta vez sea la vencida.
Es necesaria una mayor presión de los diversos grupos sociales y económicos para que el Congreso discuta y apruebe las reformas políticas que requiere el país. La aprobación de la ley de partidos y organizaciones políticos y de una reforma a la ley electoral, tiene que ser ahora. Entiéndase el ahora como el periodo que resta de la transición, hasta el inmediatamente después de integrado el nuevo Congreso. Si se espera mucho tiempo se corre el riesgo de que no se haga nada. Se olvidan los problemas generados durante el último año en materia electoral y otras prioridades pasarán a demandar el tiempo de los legisladores.
Sin embargo, es importante dejar claro que la urgencia de la reforma tiene que combinarse con la calidad de la misma. No se trata de aprobar leyes, con el solo propósito de decir que ya se han aprobado. De nada sirve una legislación que al final no dé respuestas a los problemas del sistema político y electoral. Se trata de hacer la reforma ahora, pero hacerla bien. Esto implica que la reforma contribuya a democratizar el sistema de partidos, fortalecer la autonomía de los órganos electorales, reducir el impacto del dinero en la política y mejorar la equidad en la competencia electoral. Aunque insisto, el momento es ahora.