La complicidad de los gobiernos latinoamericanos con la tiranía castrista, a punto de reanudar sus relaciones con EEUU, y su injustificable indiferencia ante las violaciones de los derechos humanos en Cuba, es tan espantosa que año tras año se intenta justificarla con el eterno pedido de supresión del selectivo embargo comercial estadounidense, como si los problemas generados por la revolución residieran en ese hecho u obedecieran a factores externos. Es decir, la presunta permanente conspiración del imperialismo y la burguesía, que aún califican de “gusanería”, en una retórica digna de la edad de piedra.
Cuando escucho a la izquierda abogar por la eliminación del embargo a Cuba, que no incluye alimentos ni medicinas, me vienen a la memoria los gritos de la multitud en nuestras ciudades pidiendo el mantenimiento de las sanciones impuestas al régimen de Trujillo por la OEA. A diferencia de aquél bloqueo, que sí lo era, en virtud del cual todas las naciones del hemisferio rompieron lazos con Trujillo y aislaron al país, al que no se le vendía absolutamente nada, a los Castro se les han mantenido abiertas las puertas del resto del mundo, pudiendo negociar con quien quiera o pueda. De hecho, en los últimos años, las estadísticas indican que Estados Unidos envía a la isla cientos de millones de dólares en mercancías, no objetos del embargo.
Sin embargo, se sigue hablando de las restricciones como el factor causante de los males y deficiencias de un régimen que ha involucionado a Cuba, profundizado los niveles de pobreza y escasez que gran parte del mundo se empecina en ignorar. Las denuncias del embargo no son más que un recurso para desviar la atención de las verdaderas causas de la tragedia cubana, derivadas de una tiranía casi dinástica que delega el poder de un hermano a otro, sin consultar al pueblo, que un día se levantará, espero que pronto, para derribarla.