Cuando Marcel Duchamp presentó su “Fuente”, como obra de arte, abrió la Caja de Pandora para las artes. Quienes quieren disfrutar del arte contemporáneo se mantienen constantemente en guardia ante la posibilidad de que les tomen el pelo, lo que conlleva una actitud desfavorable para poder apreciar arte. La incredulidad ante ciertas piezas de arte, no por la pieza sino por la pretensión de pasarla como arte, va muchas veces acompañada de la expresión: “Eso lo hace mi hijo pequeño, hasta mejor”.
Duchamp, que en el fondo creía que los artistas no eran más que artesanos engreídos, entendió que el contexto en que se presentaba una obra ¿de arte? era una parte importantísima de la consideración de si era arte o no lo era.
Duchamp sabía que el contexto obliga a pensar distinto. Su urinario no es una obra de arte per se, en realidad aquella pieza fue un discurso, no una producción propia. De hecho, el urinario en cuestión fue comprado en una ferretería y se exhibió tal y como fue comprado, salvo la firma pseudonima de R. Mutt y la correspondiente fecha de 1917. Desde el 1917 hasta éste 2013 han pasado casi cien años, son muchos años para que un movimiento artístico permanezca con cierto vigor o vigencia.
Sin embargo, la esterilidad artística de estos tiempos mantiene vigente aquella provocación de Duchamp, de que el contexto hace al objeto. Son nuestras debilidades las que hacen fuerte al otro. Seguir con ese discurso, y peor aún, haciendo piezas pensando que se produce arte en la misma línea de aquella “Fuente”, es la idea opuesta a lo que le pudo haber pasado por la cabeza al ajedrecista.
Kandinsky escribió un ensayo “De lo espiritual en el arte”, en donde lleva el concepto de arte, sobre todo en la plástica, que era su fuerte, a los mayores niveles de abstracción; al extremo de querer que fuera música. Un arte que le quería poner “espíritu” al objeto a crear.
Pues eso es lo que le falta a las instalaciones de objetos encontrados: espíritu. Y lo que le sobra es engreimiento, como es el caso del último premio en la Bienal de Santo Domingo a “En un abrir y cerrar de ojos”, que al abrirlo uno se da cuenta de que es un Jason Rhoades venido a menos.
Es bastante corriente la justificación de una obra porque esa obra fue la primera que se hizo así. Eso es una justificación para una pieza provocadora y que calienta el discurso artístico. ¿Un cuadrado negro sobre una tela blanca es la revolución del arte? No, es una tela blanca con un cuadrado negro.