En toda Latinoamérica se han operado numerosas reformas legislativas que han creado organismos o establecido instrumentos generalmente importados de democracias más avanzadas con la esperanza de que garanticen los mismos niveles de transparencia e institucionalidad existentes en esos países.
Sin embargo, la experiencia ha demostrado que no basta con tener las instituciones y los instrumentos democráticos, que hay que integrarlos de forma que se asegure la independencia y credibilidad de sus decisiones para que puedan ser acogidas con el debido respeto y no cuestionadas por carentes de legitimidad. También hemos visto que instituciones que en verdaderas democracias cumplen con el rol que están llamadas a desempeñar, como las cortes constitucionales, en países sin democracias sólidas pueden servir para legitimar acciones de autoridades que quieren imponer su voluntad, como ha acontecido en Egipto, país en el cual el Tribunal Constitucional anuló las elecciones congresionales y disolvió la integración del nuevo parlamento para que la junta militar volviera a tener el control del Congreso frente a la inminente victoria presidencial del candidato de la hermandad musulmana.
En esta era del consumismo y la información, si bien es difícil retener noticias al mismo tiempo existen muchos instrumentos para manipular los datos. Los premios, las certificaciones, los concursos y hasta las calificaciones de riesgo han caído en el descrédito, pues en muchos casos han demostrado ser un mercado gobernado por el tráfico de influencias, y en otros, instrumentos inútiles.
Los propios organismos internacionales tienen dificultad para seguir justificando su costosa existencia. Las cumbres en los tiempos de paz que afortunadamente vive gran parte del mundo, sirven más de encuentros protocolares que de verdaderas reuniones.
Nuestras autoridades se han hecho expertas en replicar lo que les conviene de los modelos foráneos, en tanto no comprometan sus verdaderos intereses, que siguen siendo manejar el Estado de forma discrecional y para beneficio particular. Hemos creado muchas instituciones, unas con alguna justificación, otras con ninguna, pero poniendo muebles nuevos en una casa llena de polvo, telarañas y mugre. Como cada gobernante llega con su lista de clientela y amigos debajo del brazo, y como los puestos no dan abasto para tanta gente; se mantienen entelequias absurdas que constituyen un ancla para nuestro progreso y se siguen creando instituciones bajo el sofisma de que nos harán más democráticos como si la democracia radicara en el número de instituciones existentes y no en firmes convicciones.
Si queremos tener una verdadera democracia debemos tomar conciencia que no basta con crear instituciones. La independencia, respetabilidad y autoridad moral de los miembros que conforman cada institución, es el ingrediente indispensable para que esas recetas puedan ser exitosas. Las malas copias sazonadas de intereses partidarios particulares y cocinadas en aceite político definitivamente no son la solución.