Madres a distancia

Cuando las circunstancias te sitúan entre la espada y la pared; cuando te convierten en víctima y te conducen al oscuro y frío abismo de la distancia. Esta es la triste realidad de muchas madres que cargan en su maleta el dolor de estar lejos de…

Cuando las circunstancias te sitúan entre la espada y la pared; cuando te convierten en víctima y te conducen al oscuro y frío abismo de la distancia. Esta es la triste realidad de muchas madres que cargan en su maleta el dolor de estar lejos de sus tesoros: sus hijos. 

Migración femenina

“Últimamente se ha comenzado a prestar más atención a la mujer migrante y a las relaciones de género, reconociendo que hoy en día las mujeres representan casi la mitad de todos los migrantes a través del mundo y son más numerosas que los hombres en los países desarrollados”. (ONU, Mayo 2006).

“De los 55 años que tengo, fue la etapa más difícil y dolorosa que he vivido”. Argentina García recuerda con pesar aquel abril de 1999, en el que tuvo que viajar a Islas Caimán en busca de una mejor vida para sus cuatro hijos. Habían pasado casi 10 años de su divorcio y la situación económica la empujaba a probar suerte en otras tierras.

“Nunca me fui con ilusión, con la alegría de todo el que se va fuera del país”. Cabizbaja, Argentina cuenta cómo procuraba que los vuelos fueran de madrugada para irse al aeropuerto cuando sus hijos estuvieran dormidos. La idea de partir, en sus palabras, la destrozaba.   

Y es que desde 1994, estuvo viajando intermitentemente a esa isla. Había intentado probar suerte con una pareja que conoció en el país y tras un año y medio de relación, se tuvo que mudar a Islas Caimán por motivos laborales. Ella se fue con él, con la esperanza de llevarse más adelante a sus hijos con ella. Pero la historia cambió. Se separaron y al poco tiempo de regresarse, una amiga le dijo que había encontrado un trabajo mejor para ella. Se fue y esta vez por siete largos años.

Justo hace siete años que regresó definitivamente al país. Cuando se dio cuenta que todo lo económico en lo que podía suplir a su familia no era suficiente: “tenían todo, una vida materialmente estable”. Trataba de consolarse diciéndose a sí misma que si no podía darle otra cosa, les complacería en todo. Esa otra cosa, por supuesto, era su presencia, su calor de madre, su compañía. De manera particular recuerda a su hija más pequeña, Carolina, que desde los 8 hasta los 23 años, nunca estuvo para celebrar su cumpleaños. “Ella llevaba una amargura por dentro”, me dice, siempre con la mirada baja.

Argentina tuvo que sacrificar lo que más amaba porque quería brindarles una mejor calidad de vida. Ella es la realidad de cientos, de miles de mujeres que han tenido emigrar hacia otros países en busca de su desarrollo económico y social propio, y el de los suyos. Pues, aunque la migración dominicana no tiene sexo, en los últimos años ha sido la mujer la que ha tenido que empantalonarse y buscar por sus propios medios, el sustento para sus familias. Su presencia como agente proveedor hace que a esta situación se le conozca por el término de “feminización de la migración internacional”.

En el documento La mujer migrante como agente de cambio: la experiencia dominicana, presentado por Bridget Wooding durante el Seminario “Migración y Género”, realizado en El Salvador en el 2007, se explica cómo a finales del siglo XX: “los dominicanos fueron el tercer grupo más grande de migrantes indocumentados desde fuera de la Unión Europa en España y fue el grupo más feminizado”. Asegura que las mujeres migran más de forma autónoma y que casi la mitad de los emigrantes alrededor del mundo pertenecen a este género.

Cabeza de familia

Tras su separación, Argentina García tuvo que asumir el rol materno y paterno. Se convirtió, sin buscarlo, en la jefa de su hogar. El Ministerio de Trabajo, en el boletín sobre la Situación de la mujer dominicana en el mercado laboral, indica que una mujer asume la dirección del hogar cuando no tiene una pareja conveniente. En los 80, la proporción mostraba un 22% de la mujer como jefa del hogar; en los 90 un 25 % y en el 2009  alcanzó el 31.9%.

Su liderazgo crecía, no así sus niveles de empleo. Como bien lo señala el estudio del Observatorio del Mercado Laboral Dominicano (OMLAD), en el 2009 solo un 40.09% de las mujeres ocupaba puestos de trabajo, frente a un 67.19 % de los hombres. En ese mismo año el desempleo femenino era de un 23.18% frente al 9.85% que afectó a los hombres. Es evidente que la población femenina se ha visto más afectada que la masculina.

Estas cifras sitúan un contexto social en el que se nota el deseo de las mujeres por insertarse en el mercado laboral, cuando por primera vez el ritmo del crecimiento de las féminas que buscaban empleo del 2000 al 2009, pasó de un 22.97% a un 50.42%.

El informe trasciende a los números. El estadista Faustino Polanco, redactor de este boletín, reconoce que a pesar de que en nuestro país existe una Ley que garantiza el derecho en igualdad de condiciones y de protección a las mujeres trabajadoras, hay una debilidad: la discriminación de género que se presenta en el acceso al empleo. “Esta situación se atribuye además de los factores tradicionales y culturales, a la estructura productiva y al limitado desarrollo tecnológico del proceso productivo”, es la respuesta que denota el documento.

La remuneración también refleja una balanza desproporcionada. En el 2009, el ingreso promedio del hombre por su ocupación principal era de unos RD$12.695 frente a los RD$ 9,551.87 que ganaba la mujer. En conclusión, “el ingreso de las mujeres por su ocupación principal en el mercado laboral, ha sido inferior que el que reciben los hombres”.

¿Por qué irse?

¿Qué puede ser tan malo o tan bueno que obligue a una madre a dejar a sus hijos? Popularmente se dice que “por la mejoría, hasta la casa dejaría”, y definitivamente el factor dinero ha sido una de las razones más poderosas en el empuje de las migraciones.  Pero en el caso femenino, sobre todo en el ubicado en Latinoamérica y El Caribe, ha habido otras causas: la exclusión social, la discriminación, la violencia, el alcanzar un ideal construido y vendido por los países destino. Bridget Wooding nos recuerda en su documento que  “los gobiernos autoritarios, la pobreza endémica y los políticos corruptos contribuyeron a una emigración masiva después del fin de la dictadura de Trujillo en 1961”.

Conviene aclarar que en esta situación no se puede hablar de abandono. En el libro Terapia ocupacional se define el abandono como la negación de alimento, abrigo, vestido y cuidados médicos, de modo que la salud del niño está en peligro.

 ¿Hacia dónde se marchaban?

Wooding destaca en su análisis que entre 1961 y 1985, más de 400.000 dominicanos entraron a los EE.UU., y que en principio del año 2000 se calculó un número de aproximadamente 700.000 dominicanos/as viviendo en Nueva York.

Bélgica, Italia, Países Bajos, Grecia y Bélgica fueron la segunda opción cuando los yanquis endurecieron sus medidas migratorias con la Ley de 1986 sobre Inmigración y Control y las regulaciones de 1990.

Había que buscar hacia dónde ir; ganarse la vida en otro lugar. Una brecha se abría en Europa ante la necesidad creciente de personal para cuidar ancianos y niños, y para ocuparse de las tareas del hogar: “Trabajaron mayormente en casas privadas donde cocinaron, hicieron la limpieza y/o cuidaron a los niños, los enfermos y los ancianos, muchas veces sobre la base de contratos temporales”, apunta la especialista.

Fue la coyuntura que aprovecharon muchas dominicanas, como Argentina García. Su primer trabajo en Islas Caimán fue en la casa de una familia panameña. Recibía US$140 semanales, un pago excelente pero a cambio maltrato: “la barrera del idioma fue el principal detonante de abuso. Me marginaban, me humillaban… fue la experiencia más amarga que viví”, dice indignada. Terminó por huir de aquel lugar. En lo adelante, trabajó por las mañanas en una lavandería;  durante las tardes y hasta las 11:00 p.m., en dos restaurantes. Pensar en sus hijos le dio fuerzas para soportar aquel dolor. 

Carga emocional

“… las madres migrantes sufren de esta separación, experimentando una sensación de culpa y de remordimiento, refiere Wooding, especialista en desarrollo social, migración y derechos humanos. La psicóloga Angie Santana Fernández, terapeuta familiar del Instituto de la Familia, explica que estos sentimientos se asumen con una actitud de compensación emocional: “se justifica la ausencia con aquellas cosas materiales que puede proveer. Al transcurrir el tiempo la tendencia es que la madre se distancie asumiendo una actitud más práctica y poco emocional”.

La figura materna forma parte esencial en el desarrollo emocional de los hijos(a), porque es quien tiene a su responsabilidad entablar vínculos afectivos seguros e intensos. Nada puede compensar la ausencia de una madre, asegura la especialista. Argentina García lo descubrió entre un puñado de sinsabores cuando, al volver, sus hijos le “sacaban en cara”, su partida. “Si pudiera devolver el tiempo, lo hiciera. Nada puede superar ni compensar en la vida dejar a sus hijos. Nada, nada, nada…”, insiste, como el que musita una oración.

Por eso cuando advierte que dio todo lo material a sus hijos, reconoce que eso jamás lleno sus vacíos. Y se culpa de sus dolores, de sus penurias que, creyendo que de haber estado junto a ellos, no hubieran sucedido. 

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