Los organizadores de la manifestación del Baluarte del Conde me pidieron que repitiera, dentro de lo posible, los argumentos planteados en un acto previo en el hotel Santo Domingo, que habían concluido de la siguiente manera:
“Una última reflexión. Yo acabo de regresar junto con mi esposa de un viaje auspiciado por la Universidad de Yale para sus ex alumnos. Nos acompañaron mi compañero de habitación, cuando apenas teníamos 17 años, y su esposa…Juntos decidimos visitar los campos de extermino de Auschwitz y Birkenau, dos símbolos de la crueldad que es capaz de suscitar el odio racial. Nada de odio hacia nadie…. El odio solamente destruye. Nuestra tarea es construir un mejor país y en esa construcción no cabe el odio. Por complicada que parezca nuestra situación actual, debemos actuar con tolerancia y sobre todo, con respeto a los demás”.
Lo que nos motiva, pues, no es adversidad hacia nadie, sino la convicción de que esta desbordada inmigración esta empobreciendo a los dominicanos más vulnerables, como resultado de una competencia descarnada entre dominicanos pobres e inmigrantes paupérrimos… ¿Es esto tan difícil de comprender? ¿ Es que habrá que montar en un estadio de baseball un espectáculo de lucha entre dominicanos pobres e inmigrantes miserables para que ciertos “progresistas” despierten? ¿O, es que esta evidente realidad es ignorada por nuestros críticos, pues aceptarla debilitaría su postura moralista?
El argumento de que los dominicanos deberíamos aceptar a los inmigrantes como dominicanos choca contra una realidad cotidiana de ONG que nos satanizan, un gobierno haitiano que nos agrede, una población inmigrante que cuando es mayoría en una determinada localidad ha resultado ser agresiva y desafiante contra los dominicanos en su propio país, como ocurrió recientemente en Verón… Esa realidad lejos de crear un sentimiento de comunidad, provoca un sentimiento de enfrentamiento en el país y explica por qué este movimiento comenzó en los barrios…
Nuestros críticos pasan por alto estas realidades y argumentan que ellos simplemente defienden el derecho de 250,000 “dominicanos” a no ser desnacionalizados. A lo que cabe una respuesta: Desnacionalizar implica quitarle la nacionalidad a personas que previa y legalmente la tenían. Pero esas 250,000 personas nunca tuvieron nuestra nacionalidad y por ende, a ellos no se le pudo haber despojado de lo que no tenían. De lo que se trata ha sido de decidir quien tiene derecho a la nacionalidad y estudiar cada caso según sus méritos, de acuerdo a la sentencia del Tribunal Constitucional.
Dicho esto, estamos convencidos que esta lucha del pueblo dominicano por su identidad y supervivencia debe ser conducida por cauces de comedimiento, que al mismo tiempo lo eleve moralmente. Esta tarea a veces nos resulta difícil, pues este problema está cargado de un fuerte componente emocional que se desborda fácilmente. No obstante, creemos que ser valientes consiste en defender nuestras convicciones, resistiendo ese componente emocional que nosotros también sentimos.