Luces, cámara, acción (2)

Afortunadamente las ciudades reviven o pueden revivir a fuerza de iniciativas audaces. Reviven como se mueren, a pedazos.

Afortunadamente las ciudades reviven o pueden revivir a fuerza de iniciativas audaces. Reviven como se mueren, a pedazos. Ahí está el caso de la histórica Cafetería que se salvó de la destrucción, gracias a los buenos oficios de un mecenas. Esto hay que celebrarlo, igual que la actual remodelación del edificio del Palacio de la Esquizofrenia (la Cafetería Restaurante el Conde). Se ha realizado también la remodelación y ampliación del Hostal de Ovando y del Hotel Comercial. Se ha realizado la reencarnación del Hotel Francés. ¿Habrá luz entonces al final del túnel de la muerte? Todo presagia luz, la luz de España.

España repuso hace mucho tiempo algunas de las luces que apagó (durante el Gran Incendio, por ejemplo). Luces y lámparas maravillosas en el parque Colón, luces de ensueño en El Conde, luces por los alrededores. Luz, al fin, o, al menos, luminarias, en la Cuna de América. Pero la luz no es todo. Hay que seguir reviviendo a los muertos. Hay que tomarle ahora la palabra a un gobierno que se interesa o finge interesarse en la cultura y el diálogo, y en el marco de un movimiento de conciencia por el rescate de la zona, proponer y proponerse una serie de objetivos.

Proponer, por ejemplo, el rescate de las salas de cine. Arturo Rodríguez Fernández habría estado dispuesto a inmolarse metafóricamente por la resurrección del cine Rialto, convertido en parqueo de un hotel alemán. Hace muchos años, Arturo orquestó una campaña, que no llegó a feliz término, a favor de la rehabilitación de esa sala y su conversión en cinemateca nacional.
Actualmente podría intentarse con más fe y mejores augurios, pero la tarea es difícil. Hay tres salas de cine criminalmente cerradas en la zona intramuros.
Crimen de lesa cultura: tres salas con un total de seis cines (porque El Colonial es cuadrúpedo). El Rialto, mejor que ninguna, podría ser la cinemateca anhelada y también el Olimpia. Cualquiera de las otras pudiera ser sala de teatro, sala de música, sala de conferencias o estudio de cine. Es decir, cualquier cosa preferible al abandono y la muerte. Y el Auditorio del Arzobispado, el antiguo cine de las fuerzas armadas, debería servir para algo de vez en cuando.

La clínica del doctor Pozo o cualquier inmueble en desuso, pero sobre todo la clínica del doctor Pozo, podría adquirirse y habilitarse para estudios de pintores, escultores y grafistas que pagarían con su trabajo rigurosos contratos de alquiler, no cesiones gratuitas, y mucho menos concesiones vitalicias. Ninguna otra labor, como la de los artistas de la plástica, daría tanta vida a la zona. Ahí están el modelo Francés y Boricua, de los que Freddy Javier y tantos otros podrían dar testimonio. Y hay más. Así como el capitalismo naciente generó la clientela burguesa que a su vez generó a los artistas y el arte del Renacimiento, el turismo de cruceros podría generar, en cuanto clientela, si no un renacimiento, un boom, un auge de la plástica. Siquiera la mejor realización de un modus vivendi.

Con mayor razón entonces hay que proponer y proponerse la creación de una escuela como la que funciona en Altos de Chavón: arte, moda, diseño. ¿Por qué no?

Proponer y promover espectáculos musicales, recitales, charlas, instalaciones y perfomances, teatro de mimos, titiriteros, representación de pantomimas y entremeses como el de Gutiérrez de Cetina, que fue la primera representación teatral en el nuevo mundo, frente al callejón de los curas.

Exigir de las instituciones extranjeras alojadas en la zona un mínimo de realizaciones semanales para intensificar el uso del espacio. Poblar la zona, darle vida. No sólo luces, sino también cámara, acción

Proponer, en fin, como Virginia Álvarez, una institución autónoma de la cultura, con vocación de servicio como gestor cultural. No Secretaría de la Cultura, no burócratas, sino pregones de la cultura, activistas interesados en la cultura.

El modelo existió en la zona, al alcance de la mano, igual que el pájaro azul de la felicidad. Ese modelo de gestión cultural autónoma, revitalizador, creativo, sin compromisos con el poder, nació en Santa Bárbara hace muchos años con la idea de una Bienal Marginal que, para sorpresa de muchos, desbordó la marginalidad. La idea sólo existía en la cabeza de un pintor soñador, agitador, comunista, gestor y activista cultural de toda la vida. Silvano y Lora a la vez, que es mucho ser.

Silvano dió lo mejor de sí en escenarios, países y circunstancias diversas y adversas. En la revolución de abril dirigió la propaganda del Frente Cultural, algo parecido hizo en el París de mayo de 1968 y  en la Panamá de Torrijos. Pero lo de Santa Bárbara  fue quizás su mayor reto y una de sus mejores realizaciones. Realización plural, no sólo personal.

Santa Bárbara es un barrio marginal dentro de la extrema marginalidad, dos veces marginal, dos veces amurallado. De hecho está arrinconado, literalmente arrinconado contra las murallas del Fuerte del Ángulo y un muro de la vergüenza (así hay que llamarle, en rigor, porque la pobreza es vergüenza ajena).

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