En el contexto sociopolítico que están viviendo muchos países del mundo y, en particular, los de América Latina, es muy importante tener presente que los partidos políticos son esenciales para el funcionamiento de la democracia; es necesario entender que éstos constituyen conglomerados de personas unidas por iguales intereses, que expresan la pluralidad de ideas y aspiraciones de las sociedades en las que interactúan, y en ese sentido se erigen como los máximos representantes de la soberanía popular.
Hablar de democracia en pleno siglo XXI sin considerar el rol de los partidos políticos, como articuladores de los intereses colectivos de las sociedades en las que impere un estado social democrático de derechos, resulta muy difícil.
Sin embargo, los cambios que se han producido en las últimas décadas en la mayoría de los países del mundo, han ido desconfigurando las ideas y principios de los partidos políticos, muchos de los cuales han ido abandonando las ideologías, los principios y los valores que profesaron, para asumir corrientes y conductas propias de la conveniencia y el pragmatismo, de forma que las aspiraciones individuales y grupales han ido sustituyendo progresivamente los postulados mediante las cuales aspiran hacer realidad proyectos colectivos.
En esa perspectiva es importante recordar la irrupción del neoliberalismo, tanto en Europa como en América, y la aparición de la tesis del fin de la Historia motivada en gran medida por la publicación del libro de Francis Fucuyama, que plantea una supuesta era de la desaparición de las ideologías que predominaron a lo largo del pasado siglo, sustentadas en el marxismo y la revolución bolchevique.
De hecho, la tesis de Fukuyama fue un gran impulso para las políticas neoliberales desde la década de los 90 del pasado siglo, pues si bien el libro aparece en 1992, no fue más que una edición ampliada de un ensayo anterior de 1989, titulado justamente “El Fin de la Historia”, donde explicaba el triunfo de las democracias liberales sobre los modelos socialistas y comunistas que prevalecieron sobre todo en la Europa del Este.
Fukuyama afirma que el motor de la historia se ha paralizado en la actualidad, debido a la disolución del bloque conformado por gobiernos comunistas, hecho que deja como única opción viable una democracia liberal, tanto en lo económico como en lo político, y se constituye en el llamado pensamiento único: destacando que las ideologías ya no son necesarias y han sido sustituidas por la economía de mercado.
En esa situación, muchos partidos políticos de vanguardia que todavía preservan las siglas y nomenclaturas con las que en sus orígenes y desarrollo libraron grandes batallas por los cambios sociales y el bienestar colectivo, pasaron a engrosar las filas de una proliferación de organizaciones que entre finales del siglo XX y principios del siglo XXI, surgirían por todos los continentes y se constituirían, en el modo de vida u operatividad, siempre para beneficio individual, o para el clientelismo político parasitario.
Podemos afirmar que, con escasas excepciones, la mayoría de los partidos políticos se han ido constituyendo en instituciones incapaces de aportar respuestas adecuadas a los problemas de las sociedades en las que operan. En gran medida han ido perdiendo su rol de encarnar y defender las legítimas aspiraciones y expectativas de la gente, como justamente lo planteaba el profesor Juan Bosch y lo dejó bien explicado en su ensayo de 1989, “El PLD, un partido nuevo en América”.
Juan Bosch lo decía de esta manera: “Un partido político es el producto de la sociedad en que se halla, pero al mismo tiempo no puede dedicarse sólo a las tareas de cada día sino que entre sus obligaciones está la de contribuir al desarrollo de la sociedad en la que actúa, y tiene que prepararse para ver con claridad no sólo lo que sucede en torno suyo sino además prever lo que sucederá para evitarlo si está llamado a ser dañino, o acelerarlo si está llamado a serle útil al pueblo”.
En el caso del PLD, su fundador y líder sostenía que su rol era “construir una nación moderna, soberana e independiente, con identidad propia en el concierto de las naciones, en las que sus habitantes fueran personas libres, ciudadanos en un Estado de derecho que garantizara no sólo la libertad política, sino además la justicia social y la igualdad de oportunidades para todos, para que nadie, absolutamente nadie sea víctima de la opresión de la miseria y de las necesidades materiales y espirituales”.
Por lo tanto, consideramos, que es muy importante que las organizaciones políticas partidarias, reflexionen profundamente sobre el rol que les corresponde desempeñar en las sociedades del presente, con una visión prospectiva de los proyectos a impulsar para preservar la legitimidad y mantener la confianza de las sociedades a las que pretenden servir.
En esa perspectiva es urgente que se evalúe a profundidad el panorama político dominicano, en el contexto latinoamericano y mundial, para que se observe con claridad el rol que están desempeñando los partidos políticos, los ideales, principios y aspiraciones que realmente encarnan y defienden, la verdadera identidad de cada partido y los nuevos roles que deben asumir, si en verdad quieren seguir contando con la confianza del pueblo dominicano para continuar construyendo una República Dominicana cada vez más justa, humana y solidaria.