Los controles de precios, como los de cualquier otra naturaleza, han sido fatales para el desarrollo y la producción. No hay ejemplos más patéticos que los de Cuba y Venezuela. Tantas veces se ha pretendido enfrentar el problema del abastecimiento de productos esenciales, mediante sistemas ya desacreditados de cuotas y controles de precios, más drástica ha sido la escasez y más alto han subido los precios.
Por lo general, estas clases de medidas terminan destruyendo los mecanismos naturales de comercialización, desalentando la producción. Sus efectos en la economía son desastrosos, reflejándose en crisis de abastecimientos a las que las autoridades sólo pueden ofrecer soluciones temporales. Regularmente, los mercados bien abastecidos son aquellos dejados en situaciones normales a la libre competencia y a las fuerzas naturales del mercado.
En la región, se ha pretendido que un productor bajo los rigores de políticas inflacionarias, venda sus productos por debajo de los costos. Como ejercicio propio de la demagogia esta práctica resulta fascinante en la medida en que un partido, un líder o un gobierno, puedan satisfacer así necesidades de sectores importantes de la población. Sin embargo, a la larga, e incluso a mediano y hasta a corto plazos en ocasiones, este tipo de política acaba con la producción y afecta más terriblemente a los núcleos sociales a los cuales supuestamente beneficia. Además, las políticas de controles y subsidio sólo han alimentado una burocracia que crece desordenadamente en la medida en que aumentan las exigencias de un proselitismo de consecuencias funestas para la economía y la propia estabilidad institucional.
En algunos países latinoamericanos la tendencia a conferir una presencia más pronunciada del gobierno en la economía, ha sido resultado en un desastre, empeorando la situación de escasez y pobreza.