Los héroes de este país no son los responsables de hacer las leyes ni los que se creen iluminados o custodios de un gran ideal de redención y mucho menos los que se imaginan depositarios de la herencia libertaria de los fundadores de la República, que vemos por todas partes. Los verdaderos héroes nacionales son aquellos que, sin necesidad de hacerlo, dedican gran parte de su tiempo y comprometen su patrimonio en obras sociales en beneficio de los olvidados y desamparados de una sociedad que, como la nuestra, dista de ser justa por las grandes iniquidades que la caracterizan.
Son las mujeres y hombres que dejan a un lado las comodidades alcanzadas tras una larga vida de trabajo y éxito, para entregarse a los demás, sin más recompensa que el respeto y la admiración que su voluntariado genera. Los que han puesto sus buenas famas y patrimonios al servicio de las bellas artes y la música clásica, impulsados sólo por la convicción de que el desarrollo cultural es uno de los caminos más seguros a la liberación del alma nacional, porque un pueblo sin educación está condenado al fracaso y a la pobreza material y espiritual.
Los héroes frente a los cuales hemos contraído como sociedad una deuda son además los miles de voluntarios de Semana Santa, que dejan sus familias para velar por la vida de los vacacionistas, y ese montón adicional de hombres y mujeres anónimos entregados a labores y causas humanitarias, contribuyendo a aliviar la carga y los dolores que la injusticia humana arroja sobre grandes núcleos del pueblo dominicano. Y como sobre esa deuda no existen pagarés ni compromiso alguno, estamos obligados a honrarla con un respaldo vigoroso, que es cuanto esos mensajeros de esperanza esperan encontrar. Hoy no quise escribir sobre política ni sobre la campaña electoral. Preferí un tema de tanta o más trascendencia: el valor del trabajo social voluntario como instrumento eficaz del desarrollo humano.