Apenas ya ruge el león. El sonido que produce y se extiende como un eco en los sectores agonizantes del que alguna vez fue su reino, es solo un estertor. Lo que la Real Academia de la Lengua define como el ruido involuntario de una respiración anhelosa, la más de las veces ronca, a manera de un silbido y que suele presentarse en la vecindad de la muerte, política en el caso, y casi siempre en el lecho de un moribundo.
La actitud del león, reacio a aceptar la pérdida de su feudo en la selva, describe la situación a lo interno del Partido de la Liberación Dominicana (PLD). Como toda fiera herido se mueve en las sombras y en el silencio de las noches, buscando el zarpazo que le devolvería lo que siempre ha entendido que es y ha sido suyo. Sólo de él, y no de aquellos indignos que a su entender le arrebataron su derecho a reinar en el vasto territorio, en el pasado nombrado República Dominicana, y que él lleva unido a su nombre, solo que con otra consonante, tal vez por rara e injusta equivocación de un burócrata que olvidó también inscribir al lado el título nobiliario que perdió aquella infortunada mañana de abril en Juan Dolio.
Herido y sin fuerzas para dar el frente, se escuda con su menguado ejército de cachorros, alterando la paz del ámbito que dejó de pertenecerle por una ley muy sencilla, que no dictan los hombres ni ninguna otra especie del reino animal, sino la existencia misma y su poder de adaptación, única y eficaz garantía de supervivencia en el planeta.
Su rugido ya no espanta a su alrededor y apenas se escucha en los alrededores. Pero al moverse en la oscuridad, perdida su fiereza no ataca para sobrevivir. Solo acecha a la espera de la oportunidad para clavar sus zarpas, aun cuando en la embestida pierda lo que todavía conserva, lo que lo hace más peligroso de cuando reinaba. Tras la maleza aguarda por el momento en que la confianza del felino que le suplantó le permita dar la clavada de uñas, aunque con ella también muera.