¿Qué tienen o han tenido en común, además de sus esplendorosas voces, María Callas, Monserrat Caballé, Cecilia Bartoli, Katia Ricciarelli, Piotr Beczala, Roberto Alagna y Luciano Pavarotti, así como muchos otros grandes divos de la ópera anteriores a esa generación? En algún momento de sus brillantes y excepcionales carreras fueron o han sido víctimas de los crueles silbidos y abucheos de los implacables parroquianos de un área de la Scala de Milán, mundialmente conocida y temida por la élite de la lírica como el Loggione.
El gran Pavarotti pasó las de Caín con estos fanáticos en 1992 durante una representación de “Don Carlo”, de Verdi; y a la Caballé la llamaron “bruja” y estuvo a punto de una crisis de pánico, según se reseñó en la prensa europea, cuando tuvo un fallo en un Do sobreagudo diez años antes interpretando “Anna Bolena”, de Donizetti. Otra celebridad,la mezzo Cecilia Bartoli fue víctima de grandes abucheos y otras grandes, como Zinka Milanov, Teresa Stratas, Anna Moffo y Victoria de los Ángeles, solían, se dice, evadir a esos furiosos y crueles asiduos de ese gran templo del mundo lírico, espaciando sus actuaciones en la Scala.
A Roberto Alagna, una de las más formidables voces líricas de las últimas décadas, le tocó también su momento amargo, cuando fue silbado en enero de 2006 mientras interpretaba Radamés, el personaje principal de Aida, viéndose obligado a abandonar el escenario, experiencia que le hizo años después declinar una invitación para una serie de presentaciones que incluían obras de Verdi, Puccini y Massenet.
El hecho de haber caído en las fauces de los loggionistas no demerita la calidad de sus víctimas, pues todos los que cantaron allí, grandes entre grandes como Fleta, Martinelli, Scapa, Gigli, Gedda, Corelli, Del Mónaco, D’Stefano y hasta Bjorling, fueron o pudieron ser objeto de rechiflas.