El feminismo partió del dogma de la imposibilidad de que una mujer pueda romper el techo de cristal que impide a las mujeres alcanzar puestos de responsabilidad. Claro, jamás podrán tener los feministas como ícono a Margaret Thatcher, quien demostró con su ejemplo que podían romper ese techo, que una mujer podía tener el poder y además ejercerlo, pues si algo demostró es que no era una mujer florero puesta ahí por medio de una cuota.
También están Golda Meir, Benazhir Bhuto, Ángela Merkel, Virginia Wolf, Milagros Ortiz. Todas ejemplos de que si quieren pueden, y sobre todo sin reclamaciones de cuotas, matrimonios, ni lloriqueos.
Pocas cosas hay más políticamente correctas que apoyar la presencia activa de las mujeres en los puestos de decisión. En nuestro país Margarita Cedeño de Fernández, la Primera Dama, es candidata a la vicepresidencia. El “conflicto” está servido. Todo lo que se diga en su contra será entendido como “un insulto a la mujer dominicana” por sus defensores, y todo lo que se diga a su favor, una “cortesía obligada por su condición de dama” por sus detractores.
Sea cual sea la preferencia política o el grado de conciencia sobre el tema de la igualdad que se tenga, hay una línea que no se puede cruzar: el respeto a las mujeres víctimas de la violencia de género. Decir que las acusaciones de corrupción que se manejaron la semana pasada contra la Primera Dama son “violencia contra la mujer” no es solo una cantinflada: es una absoluta falta de respeto hacia las mujeres maltratadas.
Doña Margarita de Fernández es una mujer privilegiada en todas las facetas de su vida: social, cultural, económica, profesional. Los problemas que tenga en campaña no tienen nada que ver con la tragedia que viven las mujeres víctimas de violencia. Porque utilizar la condición de mujer, con lloriqueos y llamados a sus hijos, no es más que simulación. La simulación, la fragmentación interesada, el truco que da la apariencia de la realidad para reemplazar a la realidad misma sin que nadie pueda dar una razón para responder, porque si lo haces te acusan de anti-feminista. Lo más parecido a la verdad es la mentira, porque es ésta la que siempre la reemplaza.
El uso del feminismo politiquero trata de atrapar con el exhibicionismo delirante del “lloriqueo de madre y esposa”, mientras se hacen cosas tremendas, o idioteces monumentales.
Los que quieran mujeres en política no deberían caer en la trampa de “feminizar” los problemas de mujeres políticas. Nadie compite por un puesto de gobierno como “mujer” ni como “madre”; una candidata compite como política y como política tiene que actuar y ser tratada.