No de padecerla, porque más de una vez la he padecido. No de presenciarla, porque mucho me han herido los ejemplos que he visto. A lo que me refiero es a convertirme en un ser indolente, a mirar hacia otro lado cuando alguien me necesite. A ser indiferente al dolor ajeno, a vivir impasible, en la anomia.
No quisiera nunca dejar de conmoverme y llorar, cuando a través de los medios de comunicación me entero de algún abuso cometido contra un niño o contra un anciano.
Dios me guarde de ser indiferente a la tragedia humana, no importa que suceda en el lugar más apartado del mundo. Repudio la indolencia, la detesto.
A veces no nos damos cuenta de las cosas que suceden en nuestro entorno, estamos tan inmersos en nuestras cosas que no nos damos el tiempo para interactuar con los demás, ni para saber sobre aspectos de sus vidas que para ellos son importantes. Sin embargo, cuando estos deben enfrentar situaciones difíciles, nada nos detiene, corremos a su lado.
Estamos ahí, dispuestos a ayudar en todo lo que sea necesario.
Si hay algo que deja a una persona desprovista de su condición humana, es la indolencia. Solo un desalmado, puede mirar con indiferencia y hasta reírse de los abusos que unos cometen contra otros.
En los últimos días, una serie de abusos y crímenes cometidos contra adultos mayores, ante la mirada indiferente de algunos, nos dispara las alertas. ¿Cómo es posible, que el cobrador de una guagua arrojara a un anciano de 70 años, porque éste no tenía dinero para pagar el pasaje?
Si eso es increíble, más increíble resulta que a muchos no les sorprenda esa reprochable actitud.
Es inconcebible que ni a ese cobrador, ni al chofer, ni a los demás pasajeros, les haya pasado por la cabeza que ese señor, que no tenía dinero para pagar el transporte, es muy probable que tampoco tuviera para comer ese día, ni los días subsiguientes, o que ese anciano, bien pudo haber sido su abuelo o su padre.
Frente a situaciones de esta naturaleza, nos damos cuenta lo mal que estamos. Ejemplos como estos nos demuestran que nuestra sociedad se encamina hacia un proceso involutivo, que más de uno nota, pero que, sin embargo, no parece importarle a nadie. l