Libertad es un concepto de difícil concreción. Implica una valoración personal que es matizada por otros aspectos de la vida que sí podrían ser medidos o delimitados con mayor efectividad, como la economía, para solo dar un ejemplo.
La economía planificada pone límites al individuo. Su desarrollo será el que le trace el Estado, desincentivando la competencia y promoviendo una igualdad artificial.
En situaciones de libre mercado a veces no se toman decisiones porque la situación económica impone paciencia, reposo o resistencia. Otras es lo contrario: empuja a la acción. Recordemos la muy usada frase durante la campaña electoral de Bill Clinton en 1992 contra Bush padre: “Es la economía, estúpido…” O la acertada tesis del genio alemán Carlos Marx al afirmar que la superestructura económica determina los aspectos políticos del Estado.
La “libertad”, de igual forma, está estrechamente relacionada con la dignidad, otro término difícil de enmarcar y alrededor del cual se ha construido toda la teoría de los “derechos humanos”. Claro, quien no tiene libertad puede ser digno, aun en el más extremo de los ejemplos que sería la cárcel por motivos políticos, sin rebajarse a ser delator o traidor de las ideas que defiende.
Demás está referir la eterna relación entre libertad y poder. Poder hacer lo que desees sin dañar a terceros, e impedir que otros hagan lo que desean. O, rechazar que te impidan hacer lo que no quieras, cuando no haya justeza en ello.
Moisés Naim lo expresa en estos términos: “Cuando tomamos las numerosas decisiones, grandes y pequeñas, que surgen en la vida diaria, como ciudadanos, empleados, clientes, inversores o miembros de un hogar, de una familia o hasta de un grupo de amigos que se reúne regularmente, siempre calibramos –consciente o inconscientemente- el alcance y, sobre todo, los límites de nuestro poder” (El fin del poder: 2013, 43).
Ahora bien, para el hombre común libertad es no estar preso. Pero es bien sabido que existen otros barrotes distintos y, a veces, más efectivos y denigrantes que los hierros que encierran el cuerpo entre cuatro paredes. En esto tendrá mucho que ver la postura del ser humano ante la vida, su moral e integridad y, evidentemente, su pensamiento.
Al respecto en el Quijote (mi edición contiene hermosos grabados de Gustave Doré), en el Capítulo LVIII, le dice Don Alonso Quijano a su escudero sobre la libertad, lo siguiente: “—La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la vida…”.
Si recordamos los conceptos de libertad negativa y positiva de Isaiah Berlin, debemos aquilatar qué tan amplio es el espacio de no interferencia que no es violentado por el Estado por ningún concepto y donde el ciudadano puede explayarse totalmente y sin limitaciones. La respuesta a esta pregunta nos lleva a determinar hasta el régimen político imperante: democracia, dictadura, despotismo.
En cierta forma, aunque la libertad es un término esquivo, todo lo abarca y todo lo merece. Por ella debemos hacer una agenda mínima como nación, para que no perezca en manos del desorden, del caos, de la arbitrariedad y de las complicidades que afectan la salud del país. l