Patrick Bailly tiene 25 años. Y ayuda a su padre con la gerencia de una pequeña cadena de pizzerías.
Las destrezas empresariales que desarrolló mientras estudiaba Administración en Canadá y en la Universidad Iberoamericana (de Santo Domingo) no sólo les sirven para dirigir y tratar de extender la franquicia familiar “Muncheez Pizza” sobre los núcleos urbanos de Pétionville y Puerto Príncipe.
Les permiten forjarse una sólida opinión respecto al tratado de libre comercio que, según el primer discurso del presidente Danilo Medina, la República Dominicana propondrá a las autoridades de la vecina nación.
“Ese sería el último golpe para Haití”, advierte Bailly, firme, sin titubeos, y en el fluido español que aprendió en uno de los centros educativos más costosos de la parte oriental de la isla.
Según el joven empresario, a los pocos días de que el mercado de su país esté abierto a los bienes y servicios dominicanos, el débil aparato productivo haitiano terminará de desplomarse como consecuencia de su poca capacidad competitiva: “Es buena idea para República Dominicana.
Ustedes mandan de todo para acá. Imagínese que puedan mandar de todo… pero sin pagar impuestos. Destruirán nuestra economía”.
Cuando Bailly (desde la sucursal que Muncheez Pizza tiene en la calle Panamericana de Pétionville) dice que los dominicanos “mandan de todo” hacia el territorio haitiano, específicamente se refiere a que en estos momentos Haití es el segundo destino (el primero es Estados Unidos) de sus exportaciones, cuyo valor para el cierre del 2012 superaría los US$1,000 millones, según estima el Centro de Exportación e Inversión de República Dominicana (CEIRD).
Esto significa un crecimiento de 66.6% respecto al 2009, año previo a la ocurrencia del terremoto que devastó al segundo pueblo independiente de América.
Entre los productos más vendidos a los haitianos se destacan los textiles, agropecuarios, cemento, varilla y harina de trigo.
Este importante flujo comercial se mantiene en crecimiento a pesar de las trabas fronterizas, la inseguridad jurídica y el cuestionable clima de negocios que el dominicano Consejo Nacional de la Empresa Privada (CONEP) ha denunciado en diferentes ocasiones a través de su presidente y vocero Manuel Diez Cabral.
Los técnicos
El rechazo de Patrick Bailly al proyecto de tratado de libre comercio propuesto por el presidente Danilo Medina no es sólo el rechazo de un joven vendedor de pizzas de Pétionville. La misma posición mantienen los técnicos haitianos que observan con suspicacia cómo las marcas y capitales de República Dominicana penetran en Haití, para hacerlo, según sus conclusiones, un país más dependiente y menos productivo.
De acuerdo al economista Camille Chalmers, el tema comercial entre las dos naciones debe replantearse desde la necesidad de eliminar los grandes contrabandos que se denuncian con regularidad en la frontera.
El tráfico ilegal, afirma, está a cargo de grupos mafiosos que se mueven a ambos lados de la isla (en el 2010, el Estudio Diagnóstico para Incentivar el Intercambio Comercial con la República de Haití documentó esta realidad).
“Básicamente hay que entrar en un proceso de formalización de los intercambios, que permitiría utilizar la frontera como instrumento de desarrollo económico para ambos lados”, plantea a elCaribe Chalmers, quien trabaja en la dirección de la Plataforma para un Desarrollo Alternativo (PAPDA).
El activista además cree que los dos estados deben aplicar una nueva política selectiva de gravamen, que proteja los sectores productivos con mayor potencial para expandirse y crear empleos y riquezas, “en los dos pueblos”.
En junio pasado, el economista Nesmy Manigat también se refirió a la importancia y a la urgencia de mejorar la política de comercio bilateral (concebida a principio del siglo XX) antes de proponer una apertura formal de la frontera.
Los haitianos, considera, primero tienen que convertirse en una población con capacidad de consumo no asistida por donaciones, fruto del levantamiento de la producción rural y de las pequeñas y medianas agroindustrias.
Manigat se muestra confiado en que “cualquier acuerdo de libre comercio entre los dos países tiene un futuro sostenible si genera suficiente inversión y empleo productivo en ambos lados de la isla para apoyar un verdadero mercado de 20 a 30 millones de consumidores-productores”.
Un fantasma
En Haití, el temor a la firma de un tratado de libre comercio con República Dominicana tiene mucho que ver con el recuerdo de una funesta experiencia pasada, que reseñan jóvenes empresarios como Bailly y técnicos de destacada trayectoria como Chalmers y Manigat.
Se trata del acuerdo que el país suscribió con Estados Unidos, a instancia del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional, para convertirse, en 1986, en uno de los pocos estados del planeta con economía completamente abierta.
El resultado es conocido en todos los escenarios donde se habla de comercio internacional, y el economista dominicano Hecmilio Galván lo reseña en su libro “La isla frente al espejo”: en una década Haití eliminó los aranceles a 67 productos estadounidenses, provocando un rápido desplome del sector agrícola, con la correspondiente pérdida de 830 mil empleos.
El caso del arroz fue, quizás, el más representativo, resalta Galván. Y esto así porque la producción local cayó tan bajo que los haitianos terminaron importando, desde Estados Unidos, más del 82% de todo el cereal que consumen. Todavía los campos de la parte central de la República que Jean Jacques Dessalines proclamó en 1804 siguen postrados.
Respalda propuesta
El senador Jean Baptiste Bien-Aimeé, representante del Oeste, pertenece al sector parlamentario que respalda un acuerdo de Libre Comercio entre República Dominicana y Haití.
“Creo que es una buena idea, porque en realidad lo que hay que hacer es formalizar ese intercambio comercial entre los dos países.
Es un intercambio que ya existe, y las autoridades nunca han tomado la decisión de formalizarlo”, declara Bien-Aimeé.