“Replicó el centurión: ´Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; basta que lo digas de palabra y mi criado quedará sano´”. Mt. 8: 8.
Cada vez que escucho esta frase en la celebración eucarística, mi corazón se conmueve: “No soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme”, y pienso en la fe inmensa del centurión ante la figura santa de Jesús y la manera en que nuestro Señor quedó profundamente impresionado por la convicción inquebrantable de ese hombre.
Si tan solo tuviéramos un poco de la fe del centurión cuando imploramos ayuda al Señor; si tan solo nos entregáramos a su promesa y a su voluntad… Si nuestra fe fuera al menos como un pequeñísimo granito de mostaza, veríamos maravillas, milagros y prodigios.