“Porque como desciende de los cielos la lluvia y la nieve, y no vuelve allá, sino que riega la tierra, y la hace germinar y producir, y da semilla al que siembra, y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envíe”.
Is. 55. 10, 11.
La palabra del Señor anuncia, sana, libera, decreta, da vida. “Di sólo una palabra y mi siervo sanará”, dijo el centurión a Jesús y así fue. Los cristianos -católicos y protestantes- lo declaran en cada oración: “¡Amén!”, “¡Así sea!”. Porque la Palabra de Dios es de acción… nunca regresa vacía.
Cuando escribimos, alabamos, cuando llevamos a alguien su mensaje, cuando sembramos esa semilla de fe, algo queda en quien la recibe y la Palabra misma se engrandece, se nutre de la cosecha y se multiplica en bendiciones.