“Pero tú ¿por qué juzgas a tu hermano? Y tú¿por qué desprecias a tu hermano? En efecto, todos hemos de comparecer ante el tribunal de Dios”. Rom. 14. 10¿Quién soy yo para juzgar a alguien? Esta pregunta debo hacérmela todos los días. ¿Quién soy yo para juzgar? La respuesta es: “Nadie”, no soy nadie para juzgar, solo a Dios corresponde.
Yo soy tan imperfecta como usted, y usted lo es tanto como aquella persona a la que juzga.Somos humanos, somos imperfectos aunque lleguemos a creernos mejor que otros.Mis queridos lectores, para Dios somos exactamente iguales, Él no hace distinción ni desprecia.
Ahora bien, Él pesa nuestros corazones, Él es el juez de nuestras intenciones y de nuestros pensamientos, nadie más. Es a Dios a quien daremos cuenta. Vivamos y ayudemos a vivir en felicidad y paz, en armonía y solidaridad.