“Pero los hechos dan razón a la sabiduría de Dios”. Mt. 11, 19.
¿Recuerdas cuando eras niño? Tu madre te decía: “no corras tan deprisa, que te puedes tropezar… No tan deprisa…”, y no bien había pasado un segundo y ya estabas en el suelo llorando y con la rodilla pelada.
Más grande, ella te decía: “esos amigos no te convienen, fíjate cómo te están sacando de tus estudios, fíjate que estás perdiendo el tiempo y no estás estudiando…”, y las consecuencias de tu distracción venían indefectiblemente.
Es la sabiduría de las madres y los padres, quienes siempre quisieron lo mejor para ti, por eso te advierten, por eso te amonestaban, por amor. Así ocurre con Dios.
Por su sabiduría nos habla, nos advierte, nos muestra las consecuencias de nuestra desobediencia y los lauros por nuestros aciertos. A fin de cuentas es una historia de amor a su pueblo, a sus hijos. Ojalá podamos entenderlo antes de la caída.