“Los ojos del Señor están puestos en sus fieles, en los que esperan en su misericordia”. Sal. 33. 18.
Dios pesa el corazón de las personas. Tiene su propia medición. Los seres humanos solemos ser miopes espirituales, nos cuesta ver y entender el amor de Dios. Aunque cambiemos a una vida mejor, se nos hace difícil entender que Dios nos haya perdonado. Pero Pablo nos enseña que él y sus compañeros, incondicionales de la evangelización, también fueron pecadores y que Dios, en su misericordia infinita los perdonó, los recibió y los envió a ser sus voceros: “nosotros fuimos de esos que no piensan y viven sin disciplina: andábamos descarriados, esclavos de nuestros deseos, buscando siempre el placer. Vivíamos en la malicia y la envidia…” (Tito 3: 3), pero Dios los aceptó y los salvó. La noticia ahora es esta: El Señor puede hacer exactamente lo mismo contigo, pues su misericordia es eterna.