“Las obras que yo hago en nombre de mi Padre, ésas dan testimonio de mí”.
Jn. 10: 25.
No es sólo lo que se dice. El papel lo aguanta todo y en el aire se dispersa el sonido de las palabras. Es lo que se hace. Son las obras mejores que las palabras, los hechos que las frases hermosas; el testimonio más inspirador que el discurso florido o el sermón. Jesús mismo, en su humildad no dejó sus enseñanzas en palabras de convencimiento o en mandatos divinos, más bien construyó el discurso de la conversión sobre el fundamento de los hechos, de sus obras, de sus milagros, de las sanciones, de sus acciones de justicia. No hay mejor manera de enseñarnos a enseñar, de mostrarnos que la persona cristiana debe ser coherente, dueña de un mensaje integral. A ser humilde se enseña siendo humilde; a amar, amando. La “sustancia” de las palabras está en los hechos.