Desde la otra acera, apoyados en el alféizar de la ventana dos ancianos observaban el drama de la “justicia penal”. Era una especie de espectáculo al que asistían sin deleite ni expectativa. Quizás por su edad se entretenían sin preocupación. Por eso, como autómatas, se movían de una ventana a otra, según lo hacían los actores que observaban.
-Algo pasa al frente- dijo la anciana al viejo que aún dormía.
-Tú y tus cosas, -respondió-. Qué va a estar pasando, ven acuéstate.
Pero algo pasaba. Aún no eran las seis de la mañana y dos hombres requerían entrar en el apartamento del frente. Le enseñaron sus acreditaciones a la vecina, la señora Grubach. Y la anciana que observaba logró escuchar cuando ésta le dijo a los dos hombres: -Sí, sí. Claro. Pasen, es arriba. Aunque aun duerme-.
Entonces fue cuando la anciana despertó al anciano. Lo que sea que estuviese pasando con los vecinos, iba a ponerse bueno y rompería la monotonía del sector.
El viejo se incorporó de la cama para ir al baño. Al regresar decidió mirar, aunque con poco interés inicialmente, lo que sucedía con sus vecinos. Vio dos hombres de buena estatura desayunando en una habitación, mientras en la contigua el vecino, de quien ni el nombre recordaba en ese momento, estaba sentado en la cama, con los codos en las rodillas y las manos en el rostro.
-Parece que pasa algo sí –dijo el anciano-.
-¡Te lo dije! –Exclamó la anciana-.
Los ancianos no sabían que el vecino ese día cumplía treinta años de edad y quizás tampoco que era empleado de cierto nivel en un banco. Pero la postura del vecino, los dos policías y la hora en que sucedían las cosas, les daba a entender que algo grave pasaba.
-Aquí están mis documentos de identidad; muéstrenme ustedes los suyos y sobre todo, la orden de arresto. Le escucharon decir al vecino y, como un acto reflejo se acercaron aun más a su ventana y abrieron sus ojos, como para escuchar mejor.
-¡Oh, cielos! –Escucharon exclamar al policía-. ¡Qué difícil es para usted aceptar su situación!-. Y, luego de unas palabras cruzadas donde el vecino alegaba que debía haber algún error en el arresto, a modo de explicación, dijo el policía: “las altas autoridades a cuyo servicio estamos, antes de ordenar una detención examinan muy minuciosamente los motivos del arresto e investigan la conducta del detenido. No puede haber ningún error”.
En eso los ancianos llamaron a otro espectador. Un pelirrojo y barbudo de anchos hombros y más alto que éstos. Habían pasado unos minutos, el arresto se ponía de lo más interesante. El vecino se había cambiado con camisa y chaqueta y no paraba de replicar y exigir una explicación. Decía estar arrestado sin haber cometido un delito ni saber quién lo acusa ni quién lo detiene.
Mientras en la ventana, al frente, tres espectadores miran con cierto placer.