Con frecuencia se escucha hablar a los dirigentes nacionales acerca del “interés general”, al resaltar la importancia de privilegiar a la mayoría con respecto a las elites económicas dominantes. La frase tiene bella resonancia pero el uso dado a la misma es una repudiable distorsión de su alcance y significado. El interés general no es necesariamente excluyente ni contrario al interés de esas minorías. En esencia, el interés colectivo, general o como quiera llamársele, no es más que el conjunto o suma de los intereses legítimos particulares de todos los miembros de la sociedad.
Al igual que los intereses de los más pobres, los de los ricos son también parte del interés general de la nación. Las grandes naciones, no necesariamente grandes por su tamaño, no hacen esas diferencias y esa es una de las causas por las que han logrado progresar y salvarse del estancamiento y el subdesarrollo. Hablar de esto es un poco difícil, por cuanto los estereotipos nublan la discusión e introducen elementos irracionales en el debate. Lo cierto es que no podemos hablar de los derechos de los trabajadores si no aceptamos la legitimidad de los intereses de las empresas donde laboran. La nación es una sola, si bien prevalecen en ella distintas realidades, en parte resultantes de los miopes enfoques con que solemos enfrentar los problemas propios de una economía pendiente aún de grandes saltos.
La “teoría de la dependencia”, con la que se pretende culpar a las naciones industrializadas del atraso y las dificultades de los países en desarrollo, no es más que un pretexto para justificar los vicios de nuestros enfoques, perpetuar situaciones dolorosas y volver la espalda a las causas que las provocan. Mientras sigamos atribuyendo a terceros los problemas nacionales continuaremos paralizados, perdiendo el tiempo en vanas lamentaciones que no conducen a ningún lugar.