A pesar del sentimiento anti-clerical que dominó hasta hace pocos años la vida oficial mexicana a partir de la constitución de 1857, que originó la llamada “Guerra de los tres años”, fue un sacerdote, Miguel Hidalgo Costilla, quien en una iglesia en el poblado de Dolores hizo el 16 de septiembre de 1810 el pronunciamiento que inició la guerra de independencia que duró once largos y sangrientos años.
Considerando la enorme influencia del catolicismo, uno de los líderes independentistas, Ignacio Allende, había invitado al cura Hidalgo a enrolarse en el movimiento. A las cinco de la mañana de aquel histórico día, el sacerdote enardeció los ánimos de la población con un grito en medio de la misa: “¡Mexicanos, viva México!¡Muera el mal gobierno!”, lo que dio comienzo a la lucha contra el colonizador español. Una viva adicional agregó Hidalgo a la Virgen de Guadalupe, lo que curiosamente une la independencia de uno de los países con mayor tradición anti-clerical a la historia de la iglesia.
Ese hecho es conocido como “El grito de Dolores” y se ha fijado ese día como la fecha de la independencia mexicana. Sin embargo, no fue hasta septiembre de 1821 cuando el ejército de patriotas hiciera su entrada victoriosa en la ciudad capital y proclamara a México oficialmente como país independiente. Hidalgo, designado primer magistrado de la nación, fue apresado y fusilado en 1812. Ese mismo año, José María Morelos asumió el mando de los rebeldes e inició una campaña militar en el sur de México que terminó cuatro años más tarde cuando fue derrotado y fusilado por los españoles.
Con la promulgación del Plan de las Tres garantías a comienzos de 1821, la lucha tomó un curso favorable. En resumen, el Plan, promulgado por Agustín de Iturbide, establecía una religión única, la católica, la unión de todos los sectores y la independencia bajo una monarquía constitucional.