“Disminuís la medida, aumentáis el precio, usáis balanzas con trampa, compráis por dinero al pobre, al mísero por un par de sandalias”. Amís 8: 4, 5.
La de la corrupción, es una historia vieja, no es solo un asunto de nuestros tiempos. ¿No lo es también la naturaleza misma del pecado? El poder tiene múltiples aristas, muchas de las cuales nos abren la puerta del abuso de su uso: dar un valor prácticamente inalcanzable a lo que otros necesitan, usar a discreción los recursos, engañar al ingenuo, ejercer con despotismo una posición, desconsiderar al pobre, ocultar información, establecer comisión para fines personales… Nada de esto es menos que robar, maltratar, violar las leyes, secuestrar, etc. Delitos que a la vista de Dios son pecados. Mis queridos lectores, como dice la palabra, “no solo del pan vive el hombre”, el ser humano debe ver más allá, en su corazón y en lo que verdaderamente trasciende.