“Si el que te aborrece tuviera hambre, dale de comer pan, y su tuviera sed, dale de beber agua”. Pr. 25.21.
Sea porque hayamos hecho alguna acción de manera consciente o inconsciente, que haya afectado de manera negativa a alguien, o porque nos lo hayamos ganado gratuitamente, siempre hay a quién no le gustamos; peor, que nos aborrece y hasta que nos odia.
Generalmente nuestra reacción es evitar a esa persona, pero el Señor nos llama a ayudar, incluso a quien nos aborrece, cuando nos necesite. No es tan difícil, sólo hay que mirar a esa persona, con misericordia y perdón; es exactamente lo que Dios hace con nosotros y nosotras, lo que repetimos en elPadre Nuestro: “…Perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los (las) que nos ofenden”.