A sus 87 años, aún es “Pepito”, para sus familiares y amigos más cercanos. A pesar de que de esos 87, ha pasado 52 en República Dominicana, no se alejan de su mente los recuerdos de su infancia recorriendo las calles de la Villa de Bilbao, España, donde nació.
Arnaiz es el menor de cuatro hermanos de una familia religiosa, su madre murió cuando solo tenía dos años y su padre, Adrian, a quien amó entrañablemente, se dedicó por completo a la crianza de sus hijos, para quienes fue padre y madre.
Adrian murió en 1961, pero al hablar de su recuerdo, su voz se quiebra y sus pequeños ojos verdes se nublan de lágrimas, pero lo rescata el consuelo de que Dios les dio la oportunidad de despedirse. Esta y otras viviencias de su larga existencia las compartió con nosotros, a la sombra de un enorme árbol de mango y entre uno y otro sorbito de una deliciosa taza de café.
1. Mi infancia en Bilbao
Un escritor muy famoso decía que nacer en Bilbao, en la época que me tocó nacer, que era el momento que vivía su proceso de industrialización, era como nacer con un cheque en blanco. En ese tiempo se producían grandes enfrentamientos entre los obreros y los patronos y esas son cosas que marcan mucho a un niño, y puedo decir que mi infancia estuvo matizada por muchos acontecimientos que me marcaron para siempre.
2. La muerte de mi madre
Lo que pudo ser una tragedia para nosotros, se transformó en una fuente de grandes virtudes. Mi papá, don Adrian, que era un hombre joven de unos treinta años, se quedó solo con cuatro hijos y su hermana le dijo que vendría a ayudarlo a criarnos y él le dijo que no era necesario, que sería padre y madre, y así lo hizo. A pesar de su juventud, no se volvió a casar y se dedicó a nosotros totalmente.
3. Sentido de justicia
Recuerdo que había una manifestación frente a nuestra casa y mi hermano quería verla desde el balcón, pero una de las muchachas que nos cuidaba se lo prohibió, porque asomarse al balcón era muy peligroso, y él la desobedeció, entonces ella le dio una bofetada y él agarró una silla y le fue encima. Cuando llegó mi papá, mi hermano le contó el incidente con Paulina, que era como se llamaba la joven, y ella también le contó lo sucedido, entonces mi papá, que nunca nos levantó la mano, mandó a mi hermano a que le pidiera perdón de rodillas a Paulina. Ese día aprendí a poner la justicia por encima del corazón.
4. Hombre de fe
Mi padre era un hombre de mucha fe. Quizás entendió que para poder sobrellevar su vida, debía ser mucho más religioso, siempre íbamos a la misa, mis dos hermanas, él, mi hermano y yo. Yo sentía una gran admiración por mi padre y el verlo con su religiosidad me conmovió. Creo que de ahí vino mi vocación por el sacerdocio. Recuerdo el día que la mayor de mis hermanas nos reunió a los cuatro y nos dijo: tenemos una deuda con nuestro padre, él se sacrificó por nosotros, ahora ustedes si quieren tomar su camino háganlo, que yo me encargaré de cuidar a papá, ni me caso, ni entro a monja. Mi hermana menor se hizo monja, mi hermano mayor se casó y tuvo dos hijos.
5. La guerra: un monstruo
Un año antes de la Guerra Civil Española, nos trasladamos a Asturias, por razones políticas. A mi padre el partido de izquierda le exigió un dinero y como no se lo quiso dar, le respondieron que pagaría con su vida y él sabía que esas personas lo decían y lo hacían. Yo tenía 11 años, y al principio me dio cierta emoción saber que se acercaba una guerra, pero esa emoción terminó cuando salí un día a la calle y venía el carro de la basura y cuando miré estaba lleno de cadáveres y al mirar bien vi que entre los muertos estaba un pariente nuestro y sus dos hijos, que no pertenecían a ningún partido político. Eso fue algo que se quedó gravado en mi mente para siempre.
6. Llegué al Caribe
Me da mucha risa, porque antes de llegar a Cuba, que fue donde llegamos, en España, cuatro muchachos cubanos que estaban en Salamanca, siempre estaban hablando de Cubita la bella y yo me formé una idea muy diferente de lo que encontré. Yo vine a Cuba, a Cienfuegos, en el año 1941, en plena segunda guerra mundial, y nuestra travesía, que sería de 12 días, duró 36 y a mitad del océano, al barco que navegaba con bandera blanca, los ingleses lo hicieron ir a Bermudas y a la salida de Bermudas, los americanos lo hicieron ir a Baltimore y de ahí llegamos a Cuba. Me fui a continuar mis estudios en Roma, volví a Cuba en 1959, en plena Revolución, y en 1961, Fidel nos metió en un barco a 133 sacerdotes y nos expulsó a España.
7. Llegué a República Dominicana
Luego de nuestra expulsión de Cuba, a mí me asignaron a El Salvador, pero cuando fui a pedir la visa en Miami para ir a El Salvador, mi pasaporte estaba renovado en Cuba, entonces el cónsul me dijo que por mi bien no me iba a dar el visado porque podían apresarme al llegar allá. Entonces mi superior me dijo: Arnaiz vete a Santo Domingo, eso fue en 1961, y así lo hice y desde entonces aquí estoy.
8. La muerte de mi padre
Lo que me pasó fue una anécdota muy bonita. Para entonces los jesuitas no acudían a la muerte de ningún familiar, mi papá muere en enero del 61. Le escribí desde el barco un telegrama a mi hermano diciéndole que iba a España expulsado por Fidel, voy a desembarcar en Bilbao, pero el barco llega primero a la Coruña. Y cuando estoy mirando para desembarcar, veo que ahí está mi hermano y me dice que me quede con él. Cuando estamos en el hotel me dice: “mira Pepito, papá está muy mal, (su voz se quiebra y la tristeza se posa largo rato en su rostro y continúa casi entre sollozos) quédate aquí, hablas con él, lo consuelas, le dices una misa y luego sigues hacia tu destino”. Cuando papá me vio, me preguntó que qué hacía allí, que tenía que irme a cumplir con mi deber. Luego de eso tomé el avión hacia Santo Domingo y cuando llego, me dicen que tengo una llamada y me dan la noticia de su muerte. Tuve la suerte de despedirlo.
9. Pueblo espiritual
Una de las cosas que más me llamó la atención fue la espiritualidad de los dominicanos. No se me olvida la primera vez que fui al Cibao y en todas sus respuestas, la gente decía “con Dios delante”. Este es un pueblo muy cariñoso, muy generoso y receptivo. Recuerdo que en la casa que vivíamos los Jesuitas dormíamos con las puertas y las ventanas abiertas, hoy eso es imposible, pero mi experiencia en este país ha sido muy linda. He querido traer alegría y amor, pero he recibido más del doble de lo que he podido dar.
10. Semana Santa
Antes, la gente decía la santa Cuaresma y ahora se dice, las vacaciones de Semana Santa. Las cosas han cambiado, es cierto, pero es alentador cuando ves la cantidad de jóvenes que acuden a las actividades programadas por la iglesia, para la celebración de la Semana Santa, eso indica que hay jóvenes para todo tipo de actividades.
Algunos episodios para recordar
En su más de medio siglo residiendo en República Dominicana ha compartido momentos de angustia, tristeza y felicidad que en diferentes etapas han atravesado los dominicanos.
Cuando Joaquín Balaguer se asiló en la Nunciatura, a él le tocó pasar la noche en el lugar, porque se temía que pudieran atacar la sede. “ Me presentaron al doctor Balaguer y él me dijo: Me alegro que usted sea mi ángel de la guarda. Me sorprendió su extraordinaria memoria, porque cuando volvió del exilio me vio y de inmediato me llamó por mi nombre”.
El cariño de los dominicanos le ha sido expresado de multiples maneras, que van desde un abrazo en cualquier calle del país hasta las más altas distinciones que otorga el Estado.
Con su habitual buen humor se jacta de poseer pasaporte criollo y aseguidas afirma: “ Yo soy un ciudadano dominicano”.