Su infancia, rodeado de las imponentes montañas y en contacto con las refrescantes aguas del entonces caudaloso río Camú, juega en su mirada al recordar cómo, con ternura y sin proponérselo, su madre, Antonia Peña, despertó en él la vena poética, cuando lo arrullaba recitándole poemas de José Ángel Buesa, al compás del suave vaivén de la mecedora de madera que cada día, su progenitora sacaba a la parte frontal de la casa, ubicada en la calle 27 de Febrero, de la ciudad de La Vega, donde transcurrieron sus días, desde que muy pequeño fue trasladado desde Ciudad Nueva, en Santo Domingo, donde nació.
José Mármol Peña, poeta dominicano, recientemente galardonado en Madrid con el Premio Casa de América 2012 en el género poesía, por la obra “Lenguaje del mar”, recuerda sus primeros pasos en el arte de la palabra escrita, su infancia y sus travesuras. Confiesa cómo el mar se ha convertido en una de sus musas por excelencia, por su inmensidad y profunda belleza.
“El río Camú se convirtió, desde que yo tenía dos años hasta que cumplí los 18, en el mar de mi niñez”, expresa con visible nostalgia. Quizás por esto, el mar se hizo presente desde su primer libro, ocupando un lugar relevante en sus obras, hasta llegar a las páginas de “Lenguaje del Mar”. Solo hace falta tocarle el tema de la poesía, para uno darse cuenta cuánto la ama, podría decirse que la lleva en la sangre, aunque reconoce que no es el género literario más popular.
“Siempre he creído, como en su momento lo creyó Pedro Henríquez Ureña, que la enseñanza del español, como lengua materna, debería descansar en la lectura y en el estudio de los poetas, de los novelistas y de los ensayistas. Creo que la novela ha avasallado a la poesía y ésta (la poesía), aún siendo la más alta expresión de la cultura y de la lengua, ocupa ese lugar tranquilo, de referencia siempre, pero no de excesiva popularidad”. Pese a esto, difiere del poeta y ensayista mexicano, Gabriel Zaid, quien asegura que los poetas escriben para ser leídos por los poetas. “Yo no creo tanto eso. Creo que hay gente que no son escritores que se interesan y leen la poesía, claro, no son tantos como nosotros quisiéramos”.
1. Sueños de poemas
Recuerdo que durante mi niñez, mi madre, Antonia Peña, sacaba una mecedora de madera, en nuestra casa de la calle 27 de Febrero de La Vega y me dormía en sus piernas, diciéndome poemas de José Ángel Buesa o de cualquier otro poeta importante de finales del siglo XIX.
2. Un madrugador
Algo que nunca olvido, fue cómo mi padre me fue convirtiendo poco a poco en un madrugador. Mi padre, como agricultor, como hombre vinculado de manera visceral a la tierra, era muy madrugador y en los días de vacaciones, a él le gustaba despertarme a las cinco de la mañana y yo me pasaba todo un día allí como un trabajador más, limpiando terreno, desyerbando, cortando plátanos, sacando tubérculos. Quizás por eso siento esa pasión por la tierra y por la naturaleza.
3. El despertar del poeta
Para mí fue muy importante el estímulo que recibí de un sacerdote del colegio Agustiniano de La Vega, Luis Henríquez, ya fallecido y del entonces director del colegio, también sacerdote, Francisco Rodríguez (el padre Paco). Cuando yo era apenas un adolescente, creyeron que yo tenía una gran sensibilidad por las letras y que era un amante de la lectura y me abrieron la biblioteca del colegio. Otro estímulo importante lo recibí de la profesora Irma Salcedo.
4. Mi primer soneto
Cuando escribí mi primer soneto lo revisaron el padre Paco y el padre Luis. Apenas tenía yo noción de lo que era un soneto y tuve que escribirlo al modo clásico, con acento en la sexta sílaba, en decasílabos, que rimara de tal y tal forma. Ese fue un momento importante para la definición de mi vocación como amante de las letras y del lenguaje.
5. Escuela de Bellas Artes
La Escuela de Bellas Artes de La Vega estaba en el Palacio Don Zoilo García, esa joya de la arquitectura caribeña. Allí empecé a estudiar dibujo y pintura, siendo aún muy niño. No querían aceptarme en principio por mi edad, pero luego, al ver que yo tenía una verdadera vocación y que dominaba ciertas técnicas, producto de una labor autodidacta, entonces me aceptaron. Me dio mucha pena que esa escuela fuera clausurada por miopía del Estado dominicano, que dejó de pagarles a los profesores. Yo que tenía deseos de convertirme en un artista visual, tuve que desviar mis energías y llevarlas hacia la literatura.
6. Jugando con libros
No puedo evitar la risa, cada vez que recuerdo las chanzas de mis amigos cuando me veían llegar a los torneos de basquetbol, deporte que jugaba en ese entonces, porque yo me aparecía siempre con uno o dos libros debajo del brazo. Ellos me gritaban: “pero deja esos libros y ven a jugar”. Ahora que he recibido algunos mensajes de ellos para felicitarme por el premio que acabo de recibir, me dicen: “te acuerdas de cuando te sacábamos los libros de las manos para que vinieras a jugar a la cancha”.
7. Cosas de muchachos
Una vez, estando con mi abuelo paterno, Emilio Mármol, en su casa de Río Verde, un primo hermano mío que ya falleció, José Elías, y yo, estábamos en el campo, éramos dos niños, y vimos una pava que iba con sus pavitos y le caímos atrás y cogimos los pavitos y los tiramos uno a uno para ver si podían volar, y nuestro abuelo nos descubrió y nos dio una pela.
8. Prueba de valor
Siendo muy joven, en el barrio, hacíamos una competencia que consistía en ir al cementerio de noche a ver quién le daba la vuelta en el menor tiempo posible, eso implicaba que teníamos que volarnos una pared. Esta era una prueba de valentía, para ver quién le tenía menos miedo al Varón del Cementerio.
9. De toda la vida
Conozco a mi esposa de toda la vida. Ella y yo vivíamos en el mismo barrio, en la misma calle. Nos hicimos novios cuando ella tenía 13 años y yo 14, pero por supuesto, su familia tenía terminantemente prohibido que a esa edad ningún enamorado se acercara a su casa. Duramos como cuatro años siendo novios a distancia. Cuando cumplí 23 años, entonces nos casamos.
10. Una pérdida irreparable
La situación más difícil que la vida me ha presentado, hasta ahora, ha sido la muerte repentina de mi padre, José Dolores Mármol (Lolo) cuando yo tenía 25 años de edad. Fue provocada por un accidente. Fue una verdadera tragedia para toda mi familia, pero sobre todo para mí, porque ese acontecimiento ocurrió, justo cuando él y yo comenzábamos a ser muy buenos amigos. Ya no era solamente la relación muy buena que tuvimos como padre e hijo, sino que ya él me veía como un adulto. Ya no solo lo miraba como mi padre, sino como mi gran amigo, y de buenas a primeras, en tres días la vida me lo arranca. Tardé años para superarlo. El suyo, es uno de los sepelios más recordados, por toda la gente que nos acompañó. Mi padre era un hombre muy querido y sencillo. l
Premio Casa de América de Poesía
Sus obras han sido galardonadas en prestigiosos concursos literarios nacionales e internacionales. Recientemente recibió el Premio Casa de América de Poesía Americana, por su obra “Lenguaje del mar”.
El premio, que cumple su edición número doce, es convocado por Casa de América, un consorcio creado en 1990 e integrado por el Ministerio de Asuntos Exteriores, a través de la Secretaría de Estado para la Cooperación Internacional y para Iberoamérica, la Comunidad de Madrid y el Ayuntamiento de Madrid. Entre sus obras se destacan “El ojo del arúspice”, “Encuentro con las mismas otredades I”, “Encuentro con las mismas otredades II” y “ La invención del día”, con el que obtuvo el Premio Nacional de Poesía en 1987.