El filtro de mis sitios en internet los acostumbraba a poner yo. O eso creía. Ahora sabemos que hay unas cosas que se llaman algoritmos. Unas cosas que piensan que saben lo que uno piensa, y entonces comienzan a pensar por uno. Para que uno deje de pensar. Para evitarnos esa molestia. Pero las cosas como que se han salido de sus cauces y ahora los que inventaron la cosa esa –las redes- creen que hay que controlar Internet porque de tanta información –falsa o no- nos estamos ahogando. Ahora la verdad, lo que se llama verdadero, lo decidirá un señor que se llama Mark Zuckerberg, que de paso parece que es el dueño de Facebook y de muchísimas otras cosas relacionadas con Internet, dinero, política, prensa libre, opinión, libre albedrío, algoritmos y la tira de más cosas.
Muchos usuarios de las redes estaban jugando a ser periodistas y han caído en una trampa: querer mostrar y monopolizar sus verdades, aunque no las fueran. Y, jugando a ser periodistas, no cayeron en cuenta que todos los otros también estaban jugando a eso y, todos, estaban en lo mismo; en tratar de confundir al otro.
El semiólogo Umberto Eco, 1932-2016, autor de “El nombre de la rosa”, entre otras novelas y ensayos, desató una polémica sobre las redes sociales, dijo “El drama de Internet es que ha promovido al tonto del pueblo al nivel de portador de la verdad”. Lo dijo durante una conferencia de prensa por el doctorado honoris causa en Comunicación y Cultura de los Medios de Comunicación de la Universidad de Turín, donde se graduó en Filosofía en 1954.
Lo cierto es que el tonto del pueblo tiene el mismo derecho que tenía Umberto Eco o que usted de dar su opinión sobre lo que él considera verdad o mentira. Derecho de opinar o refutar. Tener voz sin ser tan genial como el señor Eco. La época de las minorías ilustradas que nos han llevado a este estado de cosas parece que se está acabando.
Tanto es así que el tonto del pueblo, un ilustre desconocido, puede refutar a un Honoris Causa por la universidad de Turín, o mandarlo al carajo, cosa que antes no podía, y eso se llama libertad, democracia o como queramos llamarle.
Hoy tenemos drones del tamaño de una mosca que se pueden meter en nuestras casas y no nos daríamos cuenta. Tenemos teléfonos inteligentes que espían a sus propietarios. ¿Qué más vendrá? ¿La confusión total entre la verdad y la mentira? ¿El ser o el no ser.? ¿El paradigma holográfico? ¿Vivir en una matriz que simula nuestras vidas? Vidas que necesariamente no querríamos vivir así.