En nuestras difíciles relaciones con Haití, con el que compartimos una frontera de más de trescientos kilómetros, sólo existen tres caminos;
1.—Irnos a la guerra. Esta opción no ofrece posibilidad de ganancia alguna. En el caso hipotético que nuestros ejércitos aplastaran a las fuerzas contrarias, las consecuencias diplomáticas nos aislarían, corriendo el riesgo, aún peor, que una coalición militar ocupe ambos territorios para imponer una paz condicionada que acabaría con la soberanía y la independencia que los grupos radicales alegan defender. En esas circunstancias la masiva presencia haitiana se convertiría de hecho en una “quinta columna”, lo cual nos obligaría a luchar en dos frentes con escasas posibilidades. Opción descartada.
2.—La separación territorial física. Colocar con una inmensa sierra eléctrica a los ultranacionalistas en ambos extremos de la frontera para dividir en dos la isla, empujando al mar la parte correspondiente a Haití, para mantenerla bien lejos y evitar así el flujo masivo ilegal y legal de haitianos. No me parece una tarea humana posible, por cuanto no se ha fabricado ni se conoce una sierra de tal tamaño ni creo que nadie pueda llevar a cabo tan titánica tarea. Por tanto esa opción queda igualmente descartada.
3.—Promover un diálogo transparente y de respeto mutuo entre las partes respetando los derechos y la dignidad humana, para encontrar fórmulas de convivencia pacífica, que nos permitan vivir en paz, uno del lado del otro, estimulando el intercambio comercial y de cualquier otro género, dentro de un esquema que garantice ponerle un freno a la masiva y creciente migración ilegal, que desde hace tiempo escapa a nuestra capacidad como nación para asimilarla. En mi humilde opinión, esta es la única posibilidad racional y renunciar a ella nos traerá dolorosas consecuencias y periodos prolongados de inestabilidad con un enorme costo económico y en vidas humanas.