Desde muy temprano en la vida, estamos obligados a algo. Como niños es nuestra obligación estudiar, portarnos bien, asistir al colegio, hacer las tareas, saludar y respetar a los mayores, recoger la habitación, obedecer a nuestros padres, a los vecinos y a cualquier adulto de nuestro entorno.
Éstas, aun siendo responsabilidades sencillas, para los niños representan una fuerte carga y resultan muy difíciles de cumplir. Con el paso del tiempo, el crecimiento nos impone nuevas obligaciones, que se van tornando casi imposibles de asumir y más aún de cumplir.
En la adolescencia, nos vemos obligados a cumplir con los horarios que nos imponen nuestros padres, salir a una hora y llegar a la hora exacta en que ellos nos señalan, so pena de ser castigados con el retiro de la mensualidad o con quitarnos las llaves del vehículo.
Es así, cuando a pesar de estar disfrutando y de que la fiesta se encuentre en su mejor momento, nos veremos obligados a despedirnos de los amigos y salir corriendo para la casa, antes de que el reloj pase del tiempo que nos concedieron para la diversión.
El tiempo sigue pasando y nosotros asumiendo otras obligaciones, compromisos que aunque no tan agradables, son necesarios para vivir y alcanzar ciertas metas, pero que por maduros que parezcamos, siguen ocasionándonos los mismos disgustos que nos ocasionaban los compromisos de antaño.
Al llegar a la vida adulta, el trabajo, los estudios superiores y ciertas imposiciones constituyen las principales obligaciones de las personas y aunque estemos bien conscientes de que es nuestra responsabilidad cumplir con ellas, en algunos casos es un martirio tener que hacerlo, pero hay que hacerlo.
Esa es nuestra responsabilidad, es algo que asumimos con el compromiso de cumplir aun por encima de nuestra voluntad.
Muchos, por no decir todos, deben estar de acuerdo conmigo en que más de un día ha deseado quedarse en casa, tomarse el día con calma, hacer alguna que otra tarea hogareña, disfrutar un café sin las prisas de tener que salir corriendo para la oficina, desayunar tranquilo sentado a la mesa con los hijos, luego llevarlos al colegio,
caminar un poco para estar en forma, en fin, esas cosas que la dictadura de los compromisos del día a día nos impiden. l