El género autobiográfico es probablemente el de menos presencia en la literatura dominicana. Muchas personalidades, incluso expresidentes, se resisten a escribir sobre sus vidas por temor a no herir sensibilidades o sentirse objeto de una controversia. Por eso, cada salida de un libro que cuenta la vida de un personaje importante es bien recibido por el público y reviste una importancia especial.
Víctor Manuel Báez, mejor conocido como Manolín entre amigos, familiares y políticos, decidió contar su vida; una vida llena de experiencias aleccionadoras y de anécdotas, cuya lectura resulta fascinante. Usualmente, las memorias se editan o salen a la luz pública en la fase final de la existencia o una vez llegada la etapa del retiro. En Manolín no ocurrió ni una ni la otra, porque a pesar de su larga trayectoria en la vida pública, es un hombre lleno de una vitalidad que aparece en cada una de las breves historias que relata, por cierto con mucha gracia.
Como político activo que aún es, sus experiencias personales en el desempeño de funciones públicas están narradas de manera directa, en un lenguaje llano y correcto. Mucha gente piensa que las memorias de un político suelen ser aburridas. Con Manolín este no es el caso. Me pareció muy divertido, por ejemplo, su relato de la manera en que trató de recuperar algunas tierras del Estado, en su segundo desempeño como director del Consejo Estatal del Azúcar, durante la administración del presidente Hipólito Mejía, citando el expediente de terrenos ocupados por un general, cuya solución final la dio salomónicamente el mandatario, en el estilo muy peculiar que todos conocemos.
“Mis memorias” de Manolín Báez son una especie de radiografía de la política nacional. El relato de su niñez y juventud está escrito con una franqueza extraña en un político activo. Una obra que merece leerse para entender cómo se actúa y se vive en el mundo de la política.