En mis tiempos de estudiante, la izquierda militante era la clase de gente que proclamaba la reducción de la semana laboral en la República Dominicana y otros países regidos por sistemas democráticos, mientras respaldaban con entusiasmo la ampliación del horario laboral en Polonia y otras naciones del desaparecido bloque soviético. Seudos intelectuales que abogaban por la libertad de creación en el país y la condenaban abiertamente en Cuba.
Que protestaban por la falta de respaldo oficial a la labor artística y cultural en Santo Domingo, mientras aceptaban la persecución gubernamental contra poetas, artistas y escritores en La Habana, por haberse atrevido a disentir estos últimos de la corriente oficial, al través de un poema, una pintura o una novela.
Es difícil entender todavía hoy, años después de la caída del Muro de Berlín, y el fracaso estrepitoso del castrismo y del chavismo, su hijo bastardo, la facilidad con que esa gente censura el derecho de Israel a existir como nación. Se les olvida, y no les importa la omisión, que la creación de ese estado, como resultado de una resolución de las Naciones Unidas de finales de 1947 que aprobó la partición de Palestina, tras la salida de las tropas británicas, fue posible por el apoyo que a la idea dieron los soviéticos y la mayoría de la comunidad de naciones.
Echando la vista un poco atrás, es fascinante ver cómo a esos activistas les resultaba cuesta arriba explicar el porqué la izquierda respaldaba acciones en contra de Israel, donde funcionaba un partido comunista con representación en el parlamento, y endosaban las políticas anti-sionistas árabes. Y más inexplicable todavía era su silencio frente al apoyo soviético a regímenes feudales, monárquicos y autoritarios en el Medio Oriente que prescribían las actividades de los partidos comunistas y encarcelaban de por vida o fusilaban a los dirigentes de esa ideología.