Si se la juzga con frialdad, sin las pasiones propias el quehacer partidario, sería preciso admitir que la marcha de protesta realizada el domingo nos deja dos elementos positivos, dignos de valorarse. El primero se refiere a la actividad misma, con la cual se derriba la añeja creencia de que las demostraciones pacíficas no sirven para nada ni promueven cambios de actitudes. El segundo se relaciona con la actitud asumida por el gobierno, al reconocer desde el mismo anuncio de la convocatoria el derecho de los ciudadanos a la protesta pacífica.
En resumen, cuando se aprende a vivir en democracia, el gobierno alcanza a entender la importancia de aceptar la crítica y los reclamos con la tolerancia debida, aun cuando provienen de adversarios reacios a reconocer sus aportes al bien común. De manera que la marcha del domingo constituye una demostración de civismo y respeto mutuo por ambas partes, por más que haya habido estridencia y voces desbocadas en fatal y estéril búsqueda de protagonismo.
Lo importante es que la marcha se dio, como se había programado. Y más todavía que se diera sin incidentes, lo que sienta un precedente muy positivo de actuación policial, permitiendo así que los manifestantes regresaran a sus casas con la sensación de haber cumplido con un deber ciudadano y el gobierno con la seguridad de haber garantizado un derecho consagrado en la Constitución y las leyes dominicanas.
Ahora queda esperar una reflexión nacional sobre esta experiencia para extraer las enseñanzas que ayuden al país a resolver sus graves problemas, sin confrontaciones que no sean las propias de una discusión franca y abierta. No hacerlo sería un grave error, porque las razones de la demostración reflejan un real sentimiento ciudadano, por mucho que se la haya aprovechado con fines partidistas por parte de dirigentes incapaces de promoverla. Celebremos pues ese gran día de tolerancia.